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Full text of "Montem Video!: origen del nombre de Montevideo"

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1 




“¡montan vídeo;’’ 



por Carlos Cravieso 












CARLOS TRAVIESO 


MOflTEM VÍDEO 


ORIGEN DEL NOMBRE 

- DE - 

MONTEVIDEO 


MONTEVIDEO 


Imp. Latina 
1923 




INDICE 


PROLOGO Pág IX 

PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE A. INDIO 
DO BRAZIL . Pág. XI 

I 

EL NOMBRE DE MONTEVIDEO 

DE QUÉ EXPRESIÓN DERIVA PRECISAMENTE 

Ni de “Monte vide eu”, ni de “Monte vi eu”, ni de “Monte vida”, 
ni de “Monte vi”, ni de “Monte veo”, ni de ninguna de las 
expresiones corrientes. 

Falta de investigaciones y de exposiciones razonadas. — Pun¬ 
to de partida tradicional. — El nombre de Montevideo deriva de 
una exclamación lanzada a la vista del Cerro por un vigía de la 
expedición magallánica. — Concordancia de la tradición, de la 
historia y de las más generales conjeturas a este respecto. — ¿ Cuál 
fue la exclamación del vigía? — Inadmisibilidad del “Monte vi- 
de eu”. Pág. 1 


II 

EL NOMBRE DE MONTEVIDEO NO DERIVA NI DEL 
CASTELLANO NI DEL GALLEGO NI DEL PORTUGUÉS 

Ninguna de las exclamaciones atribuidas al vigía magallá- 
nico es de la construcción ni de la índole de los idiomas o dia¬ 
lecto mencionados. Pág. 5 






III 


EL NOMBRE DE MONTEVIDEO DERIVA 
DIRECTAMENTE DEL LATIN 

Y NO TIENE QUE VER CON MONTE VIDI, QUE NO PUEDE HABER 

EXISTIDO 

Los errores del piloto, ex-contramaestre, Francisco Albo 

El Diario de Navegación de Francisco Albo, ex-contra¬ 
maestre, improvisado piloto. — Imprecisión, insuficiencia o desa¬ 
cierto de muchos de los datos que contiene. — Contradicciones, se¬ 
gún Navarrete, nada menos que en asuntos esenciales de la expe¬ 
dición de Magallanes: la situación geográfica de las islas de la 
Especería. — El río de Solís transportado al Uruguay. — El Santa 
Lucía entre Montevideo y Maldonado. — No obstante, el Diario 
•de Albo es el documento original más auténtico que se conozca de 
la navegación magallánica. — Significativa prueba, de la derivación 
latina de la voz Montevideo, que se deduce de ese documento. — 
Aproximación con que da Al'bo la verdadera exclamación que 
originó el nombre montevideano. — Claras señales de la misma, 
en la primera y en la segunda de las versiones que aquel trans¬ 
mite en £u Diario. — La denominación de Monte Vidi, que es 
la primera versión de Albo, importaría admitir que un vigía en ex¬ 
ploración del horizonte, se expresase en tiempo pasado. — Además, 
no se podría explicar, con esa primera versión, el paso del vidi 
al vídeo — o vidio, que pertenece a la segunda versión del mismo 
Albo . Pág. 9 


IV 

VERDADERO ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 

“i MONTEM VÍDEO !” 

(|Veo un monte I) 

Expresión latina, de la que sale, casi a la letra, nuestro nom¬ 
bre, de acuerdo con los datos de la tradición. — La expresión en 
lengua vulgar, no habría motivado el nombre propio. — Singular 
ocurrencia del empleo de la dicción latina. — Extrañeza y equí¬ 
vocos que produce: razón precisa de la nueva denominación. — 
Caída de la m de Montem, y, más tarde, del acento de la i de 
Vídeo. — Documentos españoles que consignan el vocablo Vídeo , 
conforme al texto y acentuación prosódica latinos, en toda su 
pureza, para calificar al Cerro de Montevideo. — Los Cronistas, 
escritores, ingenieros militares, el Consejo de Indias, su fis- 




ÍNDICE 


cal, el Rey, el propio fundador de Montevideo conocieran al 
Cerro, a esta localidad, a la ciudad misma, con f n nomfire de 
Monte Vídeo. — Esta designación continuó hasta -d final del 
siglo XVIII. —'Necesariamente han debido ser recogidas refe¬ 
rencias inmediatas de actores y testigos de la expedición magallá- 
nica, que no se inspiraron en las noticias de Albo puesto que las 
rectificaron ... Pag. 19 

EL B. P. PASTELLS Y SU INTERPRETACIÓN DEL SENTIDO DE LA VOZ 
MONTEVIDEO. — EL “LAZARILLO DE CIEGOS CAMINANTES”, DE 
CONCOLORCORVO, PUBLICADO EN 1773. . Pág. 24 

DE CÓMO PODIA HABLAR LATÍN 0 LATINES UN VIGIA DE MAGALLANES 

Quiénes atalayaban el mar y escudriñaban riftas y horizon¬ 
tes, en particular cerca de costas, desde los días de los primeros 
descubrimientos. — El vigía, en nuestros mismos días, no es 
siempre un marinero vulgar. — Ordenanzas de la Armada Naval, 
a este respecto, en la época de los últimos Borbones. — Orde¬ 
nanzas de Fernando VI. — Ordenanzas de Carlos V y de Felipe 
II. — Recopilación de leyes de Indias. — Ordenanzas de los 
Reyes Católicos. — Grande interés de todos los Monarcas espa¬ 
ñoles por que se consignasen todos los datos, circunstancias y por¬ 
menores útiles de los viajes a Indias. — Conciencia que tuvieron 
los Monarcas, desde los primeros días, del valor e linterés de la 
colonización que emprendieron. — Alta conducta de estadistas, 
que hizo el honor de España. — El carácter de las empresas de 
dominio y colonización realizadas, pone a España por encima 
de todas las naciones conquistadoras y colonizadoras del orbe. — 
Disposiciones sobre derroteros y descubiertas, vigentes cuando la 
expedición magallánica de 1519. — Los “tres tratos de cuerda” que 
ordenó dar el general don Hernando a un piloto que había echado 
al agua una figura de la navegación que habían traído. Pág. 26 

V 

QUIÉN PUDO SER EL VIGIA DE LA EXPRESIÓN 
“MONTEM VIDEO” 


Ni el piloto de la Trinidad, Esteban Gómez, ni el maestre 
Punzorol, ni el ex-contramaesrtre Albo, ni ninguno de los demás 
tripulantes con cargos especiales. — Los sobresalientes o meri¬ 
torios de la Trinidad. — Había, entre estos, individuos de cali¬ 
dad e instrucción. — Otra vez el latín, y el Almanaque de Se¬ 
bastian del Cano. — Por qué tampoco puede atribuirse la ex¬ 
clamación acerca de nuestro Cerro, ni al sobresaliente Pigaíetta, 





VI 


INDICE 


ni a los portugueses Alvaro de la Mezquita y Duarte Barbo¬ 
sa. — Conjetura acerca de los sobresalientes sevillanos Joan 
Miñez o Martínez y Diego Sánchez Barrasa. — Gente propensa 
a gallardear y adornarse. — Fachendeo o papeloneo, propio de 
andaluces — y nó marineros sino sobresalientes o meritorios —. 
que importa el anuncio en latín de un accidente de la navegación. 
— La investigación acerca del asunto de este capítulo, y de los 
demás de esta obra, no puede considerarse agotada. — Existen por 
explorar los archivos españoles. — No ha aparecido hasta hoy más 
que el 1 Diario de Navegación de Albo. — En la expedición de 
Magallanes se llevaron por lo menos otros seis Diarios de Na¬ 
vegación, correspondientes a los seis primeros pilotos que iban 
embarcados. — Lo contingente . Pág. 33 


VI 

LA EXCLAMACIÓN DEL VIGÍA DE MAGALLANES DE¬ 
BIÓ DE SER EN LA CAPITANA 

La Capitana abría la marcha en las Armadas de Indias. — 
Bajo graves penas, debían seguirla a corta distancia — “de día 
por la Bandera y de noche por el Farol” — las demás naves en 
conserva. — Temporal del Este que soporta en las costas orien¬ 
tales la Armada de Magallanes. — La noche del 12 de Enero de 
1520. — Las cuatro naves que siguen tras la “Trinidad” se refu¬ 
gian en “una como bahía”. — No se atreven a abandonar el sur¬ 
gidero en busca de la Capitana. — Esta debió de divisar el Cerro 
a las primeras luces del alba. — La mañana del 13 de Enero de 
1520. — Los expedicionarios a la altura, más o menos, de la Isla 
de Flores. — Magallanes hace pasar delante a las naves de me¬ 
nor porte, la Santiago y la Victoria, que navegan guiñando y ha¬ 
ciendo sondajes. — Los cuidados de toda especie iban, como era 
de rigor, a cargo de la Capitana. — La escuadra toda navegaba en 
gran proximidad. — Del mismo relato de Albo se deduce que la 
exclamación del vigía se dió en la Capitana; en presencia, pues, 
de Magallanes. — Esto también explica el bautizo inmediato del 
Cerro. . Pág. 39 


VII 

NAVEGACIÓN MAGALLÁNICA EN NUESTRAS AGUAS. 
— ENTRADA EN EL RÍO DE SOLÍS 

El Sr. Eduardo Madero y la “Historia del Puerto de Buenos 
Aires”. — El reputado cronista don Antonio de Herrera. El 
11 de Enero de 1520, frente al cabo de Santa María, propiamen¬ 
te frente a Punta del Este. — Confusión de los navegantes, du- 





ÍNDICE 


VII 


rante más de dos siglos, acerca de la denominación de Punta del 
Este. — Estudios, al respecto, del Sr. P. Groussac, en los Anales 
de la Biblioteca de Buenos Aires. — En la mañana del 13 de 
Enero de 1520, la expedición está a siete leguas y media de la 
desembocadura del río de Solís. — Esa desembocadura — entre 
Punta del Espinil'lo, detrás de nuestro Cerro, y Punta de Piedras, 
en la costa argentina — siempre fué bien situada por los anti¬ 
guos navegantes y cronistas. — Magallanes le atribuye unas 20 
leguas de ancho, que aproximadamente tiene. — En la tarde del 
13 de Enero de 1520 — según Herrera — la expedición maga- 
llánica entra en el río de Solís. — Los dos días de navegación, 
de que habla Herrera antes de entrar la expedición en el Solís, 
y la confusión del Sr. Madero y otros. — El Río Dulce de Solís, 
el San Cristóbal de Magallanes y el Plata de los posteriores ex¬ 
pedicionarios portugueses y españoles, nunca pudo comprender 
zonas oceánicas, ni llegar a Maldonado ni a Rocha ... Pág. 45 

VIII 

BAUTIZO DE NUESTRO CERRO. — DEL 12 AL 13 DE 
ENERO DE 1520. — MÁS BIEN EL 13 DE ENERO 
DE 1520 . Pág. 53 


IX 

MONTE SEREDO 

De Amsterdam al Río de la Plata, en 1598. — El “Mundo 
de Plata” y el “Mundo de Oro”. — Los Castilis, Loebes, Maído- 
nade, Floris, Monte Seredo . Pág. 55 


X 

CONCLUSIÓN 

“i MONTEM VIDEO !” ¡ MONTEVIDEO !. . . 

NOTAS.- . 


Pág. 57 
Pági 59 








PROLOGO 


El estudio histórico contenido en estas páginas y que 
versa sobre el origen del nombre de Montevideo, consti¬ 
tuye la memoria presentada por mí al Congreso Interna¬ 
cional de Historia de América celebrado últimamente en 
Río de Janeiro por iniciativa del Instituto Histórico y 
Geográfico Brasilero para conmemorar el primer centena¬ 
rio de la Independencia del Brasil. 

Designado a última hora por el Gobierno de la Repú¬ 
blica para ejercer una de sus delegaciones ante aquel 
Congreso, y en el concepto, que resultó exacto, de no haber 
sido enviado hasta entonces a la Mesa Directora del Con¬ 
greso, en el Instituto de Río, ningún trabajo procedente de 
nuestro país, creí del caso concurrir, con una memoria 
propia, al funcionamiento — si aun fuera dado — de la 
sección del Congreso abierta en particular a nuestra his¬ 
toria. 

Con apremio, pues, completé algunas lecturas y dis¬ 
quisiciones que de tiempo atrás tenía comenzadas acerca 
del expresado tema, el cual me ofrecía las varias ventajas 
de no poder disonar con la representación oficial que in¬ 
vestía, de la brevedad con que podía dar término a su 
estudio y del interés que podría asumir el punto de vista 
etimológico desde el que trataba el asunto, apartándome 
de las trilladas y rutinarias sendas seguidas hasta ahora 
sin mayor rieparo. 

Presentado el trabajo, no solo fué admitido, en virtud 
de haberse prorrogado los plazos de concurrencia hasta los 
días de la instalación y funcionamiento del Congreso, sino 
que tuve el insigne honor de que, incorporado a la comi- 



X 


PR6IXJGO 


sión correspondiente de la Sección de Historia de nuestro 
país el Excmo. Señor Senador Almirante don Arthur 
Indio do Brazil, fuese él quien informase por escrito so¬ 
bre mi modesto referido trabajo y de que lo hiciese en 
los términos absolutamente benévolos que van a leerse. 

De hombres superiores es la benevolencia, y no po¬ 
dría, así, hacer caudal de la que me ha dispensado, de la 
que ha dispensado al delegado oriental, el señor Almirante, 
que a su gran distinción militar, científica, política y social, 
reúne, además, la particular condición de ser un delicado 
amigo de los orientales, inclinado de consiguiente al buen 
ver de todo lo que tenga relación con nosotros. 

Acaso también, por lo mismo, no debo renunciar al 
eminente honor de sus palabras simpáticas al frente de 
esta pequeña obra, y no puedo tampoco dejar de estampar¬ 
las aquí en signo de reverencia a su personalidad. 

El parecer del Sr. Almirante, adoptado en comisión, 
fué aprobado al día siguiente, en la segunda y última se¬ 
sión plena del Congreso, celebrada el 14 de Setiembre ppdo. 


Carlos Travieso. 



PareeeF del Eterno, señor Almi¬ 
rante A. Indio do Brazil 

“No es, solo, una hermosa disertación literaria, sino 
excelente estudio de geografía y de historia y, al mismo 
tiempo, valiosa contribución a la interpretación etno - filo¬ 
lógica de la expresión “Montevideo”, la memoria presen¬ 
tada al presente congreso (1. a sección) por el Sr. Carlos 
Travieso, ilustre publicista oriental. 

El nombre del cerro legendario que designa la prós¬ 
pera ciudad sud-continental y fué, un tiempo, extensivo a 
todo el territorio de la Banda Oriental, ha motivado lar¬ 
gas e inextricables controversias, ya de pormenor, ya de 
conjunto. Pero está hoy sentado, y lo patentiza la veraci¬ 
dad de la crónica magallánica, que el nombre nació de un 
lance interjectivo, de una exclamación hecha por alguien, 
uno de los marinos de la expedición — probablemente el 
gabiero, o vigía —, a la vista del placentero monte, de trun¬ 
cado cono, junto al cual se asienta hoy la bella ciudad 
sud-americana. 

Ese gabiero, o vigía, sería, o nó, español. Al organi¬ 
zarse la gran expedición de Fernando de Magallanes, dis¬ 
pusieron los Reyes de Castilla no admitir extranjeros en 
la flota, es decir, que no hubiesen en la Armada hombres 
de mar portugueses; pero acabaron admitiendo cuatro o 
cinco, toleraron hasta doce, y, en verdad, fué en número 
superior la lista de extranjeros, en la que había genoveses, 
venecianos, franceses, bretones, griegos, etc. La mayoría 
de los tripulantes era de españoles y portugueses. 

Así, la expresión “Monte-vídeo”, salida de los labios 
de uno de esos tripulantes, habría sido exclamada en su 



XII PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE 


lengua natural, hallándose aquél en situación de dar nue¬ 
vas, en situación de albriciar, y, por consiguiente, die es¬ 
pontaneidad. 

El Sr. Carlos Travieso, antes de desmenuzar, de me- 
ritis, el objeto de la controversia, estudia en lineas gene¬ 
rales el gran viaje de circunnavegación y se detiene en el 
punto ¡en que, el famoso “marino anónimo” que va en de¬ 
manda de las Molucas, de las llamadas “tierras de la 
Especiaría”, al divisar el cerro lanza su grito albriciador. 

Fué eso en Enero de 1520, a 15 del mes, según unos; 
probablemente, a 12 o 13, según argumenta el ilustre Sr. 
Travieso. 

Es menester señalar que el gallardo publicista no se 
reduce a la prueba documental, o a meros informes testi¬ 
moniales, bosquejados en la crónica de los navegantes. Es¬ 
cudado en los buenos testimonios y en los buenos docu¬ 
mentos, el autor de la memoria procura siempre la prueba 
circunstancial, sin la cual no se pueden establecer positiva¬ 
mente los hechos, en la maraña de los relatos y deposicio¬ 
nes de la época. 

Para ello, se complace el ilustre publicista en deteni¬ 
das pesquisas bibliográficas; y, en las constantes expla¬ 
naciones die la presente memoria, revela, al par de envi¬ 
diable erudición, aquel esclarecido sentido histórico, que 
es para los arqueólogos, en el laberinto de los archivos, lo 
mismo que la aguja de marear para los navegantes, en el 
borbollón de las corrientes oceánicas. 

El Sr. Carlos Travieso estudia con mirada sutil toda 
la crónica de los navegantes del gran periplo. Embebióse 
directamente en el “Archivo de Indias”, de Sevilla. 

Para llegar a las conclusiones de su tésis, detúvose 
largamente en los libros clásicos de Navegación, en la 
compilación de las leyes de Indias, en la Historia Gene¬ 
ral de las Indias, de Herrera, en la “Colección die los Via¬ 
jes y Descubrimientos” de Navarrete, en el “Manual de 



A. INDIO DO BRAZILi 


XIII 


Navegación, de Lobo y Riudavets, en los “Diarios” au¬ 
ténticos de Francisco Albo, Pigafetta y otros. 

El primer documento de compulsar en el orden cro¬ 
nológico es el “Diario”, d¡e Francisco Albo, hidalgo de 
Rodas y parte eficiente de la expedición. 

El manuscrito figura en 'el “Archivo de Indias”, fue 
publicado con la Colección de Navarrete, y está tam¬ 
bién integrado en la Historia, de Juan Sebastián del Cañó, 
uno y otro mejor esclarecidos en las páginas de la Histo¬ 
ria de Chile, de Toribio de Medina. 

Cuenta Albo que en 10 de Enero de 1520, los de la 
expedición pusieron el nombre de “Monte vidi” al cerro 
avistado, al cual corrutamente llaman ahora Santo Vidio- 

Militan contra el aserto de Albo las probabilidades 
circunstanciales y la autoridad de los comentadores. Grou- 
ssac, director de la Biblioteca de Buenos Aires, extraña 
que Francisco Albo baraje cosas importantes y tartamu¬ 
dee en asuntos para los cuales fueran deseables indiscre¬ 
pantes atestaciones. 

Ya en ese pasaje comienza la admirable crítica filo- 
histórica del Sr. Carlos Travieso. 

Nunca en portugués, ni en castellano, ni en dialecto 
gallego — observa el Sr. Travieso —, se usaría esa mane¬ 
ra sintáctica, a menos que hubiese intención de rebusca y 
preciosismo, incompatible, por lo demás, con el momento 
y las circunstancias. La expresión más natural hubiera si¬ 
do: Vide monte, o, más propiamente — vide el monte, o 
vide un monte; nunca, por ende, Monte vide, construc¬ 
ción típicamente latina. 

Tampoco resiste a la crítica el verdadero hibridismo 
que sería admitir la expresión Monte-vide-eu. Y admi¬ 
tiendo el vide, no como imperativo latino, sino como pre¬ 
térito castellano, fracasaría en el caso la prueba circuns¬ 
tancial, puesto que es inaceptable que ante la visión pre- 



XIV PARECER DEL EXCMO. SEÑOR ALMIRANTE 


sente del cerro, el vigía albriciase y se expresase en tiem¬ 
po pasado: >eu zñ. 

Probando hasta la saciedad la imposibilidad die ser 
gallega, portuguesa o castellana la expresión exclamatoria, 
el ilustre monografista oriental concluye que las albri¬ 
cias del marino (probablemente uno de los de la “Trini¬ 
dad”) habrían sido dadas en latín corriente: Montem vi¬ 
deo. De donde, con la queda eventual del m acusativo, o 
simplemente por la inadvertencia auditiva de los circuns¬ 
tantes, habría nacido la expresión bautismal de la ciudad 
ilustre: Monte Vídeo. 

Resta la cuestión de saber si un simple marinero se 
expresaría en latín, en tal oportunidad, y si el latín esta¬ 
ba así al alcance de un mero vigía. El monografista de¬ 
muestra que en los viajes más peligrosos y al aproximar¬ 
se a costas ignoradas, las funciones del gabiero cabían, 
frecuentemente, a tripulantes de mayor clasificación, 
hombres versados en otros conocimientos por encima de 
las prácticas de navegar. Uno de esos hombres podría 
perfectamente conocer el latín y, si no saber expresarse 
espontáneamente en latín (lo que por otra parte, en la 
época, no sería de gran extrañeza), al menos haberlo he¬ 
cho así en señal de la propia buena nueva y con aquella 
jlactancia, con aquella presunción tan propias de los anda¬ 
luces. Y había dos de ellos entre los “sobresalientes” de 
la nave capitana... 

Sin perjuicio de la preciosa documentación en que 
el autor abroquela sus conclusiones, y sin la menor res¬ 
tricción a la buena encadenación lógica de los argumen¬ 
tos aducidos en el curso de la explanación, resulta, asi¬ 
mismo, de un cierto carácter conjetural la versión adop¬ 
tada por el autor. 

Mas considerando que es de todas la menos conje¬ 
tural y que elucida de un modo completo el valor 
expresivo de la palabra, remontando a una perfecta e 



A. INDIO DO BRAZIL 


XV 


irrecusable recomposición filológica, opinamos que la 
memoria “Montem vídeo” (¡veo un monte!) presentada 
por el ilustre congresista Sr. Carlos Travieso, representa 
un notable esfuerzo de erudición y pesquisa, y constitu¬ 
ye un valioso e importante estudio, digno, desde todos 
respectos, de figurar en el orden de las meditaciones del 
presente Congreso y, admitido a las discusiones plenarias, 
merecer la aprobación y aplauso de todos nuestros panes. 

Y es este nuestro parecer, salvo mejor juicio. 

Río, 13 de Setiembre de I 922 .” 




I 


El nombre de Montevideo 


De qué expresión deriva, preeisamente 


Ni de “Monte vide eu”, ni de “Monte vi eu”, ni de 
“Monte vide”, ni de “Monte vi”, ni de “Monte 
veo”, ni de ninguna de las expresiones corrientes. 

El origen del nombre de Montevideo — atribuido 
sin discrepancia, conforme a los datos tradicionales e 
históricos y a las más generales conjeturas, a una excla¬ 
mación no bien precisada todavía, de uno de los nautas 
que arribaron al Río de la Plata en la empresa que subsi¬ 
guió a la del descubridor Juan Díaz de Solís —, moverá 
siempre a discurrir acerca del trascendental influjo, del 
perdurable recuerdo, de las inimaginables consecuencias 
que pueden tener en la vida un hecho cualquiera, un di¬ 
cho, una circunstancia, al parecer insignificantes. 

¿Cómo había de figurarse el marino que — trepado 
en un palo o sencillamente desde la cubierta de la nao 
capitana en la expedición a las islas Molucas del hidalgo 
don Hernando de Magallanes — divisara antes que nin¬ 
guno de sus compañeros el cerro atalayador que se alza 
a la vera de nuestra hermosa bahía y lo anunciara con go¬ 
zosas voces a todos los tripulantes; cómo había de figu¬ 
rarse que la expresión que entonces lanzara a los vientos 



2 


“¡MONTEM VIDEO!” 


iba a dar, desde luego, nombre armonioso y sonoro a la 
eminencia y lugar que a la vista tenía, más tarde perenne 
denominación a la ciudad que en esta península erigiera 
el vizcaino Zabala, y después y durante largo espacio a la 
extensa región territorial que ha tenido desde la funda¬ 
ción de Montevideo a (esta ciudad por cabeza? ¿Cómo ha¬ 
bía de imaginar que aquella exclamación, con las levísimas 
alteraciones que han informado nuestro nombre, había 
de constituir en el porvenir el emblema de heroicas accio¬ 
nes entre las más auténticas que hayan producido los si¬ 
glos; que había de ocupar así puesto distinguidísimo en 
los fastos gloriosos de las naciones; que había de estar 
ligada a los afanes, a las esperanzas y a las luchas de in¬ 
mortales generaciones; y, aun, que andando los tiempos 
había de retoñar, como denominación siempre, a millares 
de leguas del Río de Solís, sirviendo para designar a una 
nueva población, a una futura gran urbe quizá, de los 
Estados Unidos de la América del Norte, en la quie se 
ha querido consagrar nuestro título metropolitano? (1). 

¿Pero cuál es la verdadera exclamación lanzada a 
la vista del cerro de Montevideo por el marino de la Tri¬ 
nidad, en viaje al Maluco o tierras de la Especiaría, hacia 
el mes de Enero del año de 1520? 

He ahí lo que me propongo dilucidar. 

Mucho se ha opinado y aseverado acerca de este 
punto, aunque no he leído hasta ahora ninguna exposi¬ 
ción razonada. 


La circunstancia de ser portugués el intrépido jefe 
die la expedición de que hablo, y de venir en ella portu¬ 
gueses, ha hecho creer y decir a muchos que la expresión 
del vigía de Magallanes — vigía accidental o no — habría 




ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


% 


sido portuguesa, y, precisamente, la de Monte vide eu,”, de 
donde, con leve variación, por la sinalefa de las dos úl¬ 
timas voces y el cambio en o de la u final, se hubiera ori¬ 
ginado con toda sencillez nuestro nombre. 

Hay notorio error en semejante suposición, porque 
esas tres palabras que se han imaginado, sin duda, como’ 
se comprenderá pronto, después de formado el nombre 
de Montevideo, buscándole a éste derivación, no corres¬ 
ponden a un mismo idioma, ni a un mismo dialecto, y no 
han podido así constituir, unidas, ni una frase en portu¬ 
gués, ni en castellano antiguo, ni en gallego, que son los 
idiomas y variedades en que tienen cabida dos de las vo¬ 
ces de la expresión antedicha. 

Las palabras “monte” y “eu” son efectivamente por¬ 
tuguesas, y son gallegas también. Pero la palabra “vide” 
no es gallega, ni portuguesa... ; mejor dicho: no es por¬ 
tuguesa como verbo, que tendría que ser necesariamente 
para entrar a constituir la frase de que trato. 

La voz vide es voz verbal ¡en latín, y verbal también 
en el antiguo castellano, según en breve lo explicaré. En 
idioma latino pertenece a la segunda persona del impera¬ 
tivo del verbo ver, y suele emplearse, como tal voz latina, 
tanto en portugués como en castellano actual, en las lla¬ 
madas de página de los libros, equivaliendo en semejantes 
casos a véas\e. Vide página tal, obra cual, etc., vale tanto 
como decir: véase página tal, obra cual, etc.; más propia¬ 
mente : mira o vé tal página, tal obra, etc. 

Empleada la voz latina vide, en su natural sentido, 
dentro de la expresión “Monte vide eu”, que he empeza¬ 
do por suponer portuguesa, dejaría a esta expresión «in 
concordancia gramatical, aún en la gratuita hipótesis de 
que cupiera el injerto de aquella voz latina en la forma en 
que lo está en la citada frase vulgar. 

“Monte véase yo”, “Monte vé yo” o “Monte mira 
yo”, no tienen, sin duda alguna, ningún sentido; y esa 


4 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


sería la traducción del “Monte vide eu”, empleando como 
latina la voz verbal vide. 

Pero — podría argüirse — la voz vide es portuguesa 
también. Es portuguesa efectivamente; mas en portugués 
vide es un nombre sustantivo, que designa a una planta, 
la vid, y a un órgano de la tedad fetal del ser humano, el 
cordón umbilical. 

Luego, por ningún concepto es admisible en portu¬ 
gués la expresión “Monte vide eu”, que en algunas obras 
se estampa, como dando origen al nombre de Montevi¬ 
deo. 

Ahora, es cierto que vide es también palabra del an¬ 
tiguo castellano, y palabra verbal, correspondiente a la 
primera persona del pretérito perfecto del verbo ver. 
¿Podría, en consecuencia, admitirse que la expresión 
“Monte vide eu” tiene sentido, y pudo constituirse y pro¬ 
nunciarse en castellano antiguo? 

Tampoco. La palabra vide, del castellano antiguo, no 
tendría cabida ien una misma frase con el eu portugués, 
o gallego. Es como si admitiésemos que el “Je vois” (yo 
veo), francés, pudiera expresarse también die esta mane¬ 
ra: “Je veo” o “Yo vois”. 

Desechada, en toda lengua, la expresión “Monte vide 
eu” como originaria del nombre de nuestra capital, exa¬ 
minaré si este nombre ha podido tener origen en estas 
otras, que corren indistintamente en diferentes y numero¬ 
sas obras: “Monte vi eu”, “Monte vide”, “Monte vi”, 
“Monte veo”, “Monte vidi”. 




II 


El nombre de Jlontevideo 

no deriva del castellano, ni del 

gallego, ni del portugués 

Se ha visto en el capítulo precedente que el nombre 
de Montevideo no ha podido derivar de la expresión “mon¬ 
te vi de eu” que algunos escritores han forjado creyendo 
poder atribuirla al idioma portugués. 

Al portugués hay que descontarlo de toda contribu¬ 
ción ien el origen del nombre de Montevideo, puesto que 
tampoco es admisible que haya sido concebida y proferi¬ 
da por gentes de tal habla, particularmente en las circuns¬ 
tancias que la tradición acredita, la expresión “monte vi 
eu” de otros autores, no obstante tener cabida y signifi¬ 
cación en dicho idioma todas las voces que integran la 
referida expresión. 

L,a frase “monte vi eu” no es de construcción ni de 
índole portuguesas, y solo podría haberse dado, por dis¬ 
posición extravagante, por ejemplo — si hemos de echar¬ 
nos a imaginar lo más favorable —, en una réplica, insis¬ 
tiendo en una afirmación, ante una duda o negativa, vale 
decir, precedida de otras expresiones, nunca, lo repito, 
en las circunstancias propias del momento en que la ex¬ 
clamación a que míe refiero ha debido ser lanzada a los 
vientos, según todas las tradiciones recibidas. 

A la vista de un monte y para anunciarlo y señalarlo 
a los demás tripulantes que hasta aquel momento lo igno¬ 
ran, no ha podido ser proferida en portugués la exclama- 



“¡MONTEM VIDEO!” 


« 


ción de tiempo pasado “¡monte vi eu!”, como tampoco la 
de presente “¡ monte vejo eu!”. 

Vi un monte, o veo un monte, se dice en portugués del 
siguiente modo: “Eu vi um monte” o “eu vejo um monte” 
— expresiones muy diferentes de la mencionada, y que no 
se alcanzaría por qué especie de sorprendentes transforma¬ 
ciones hubieran dado lugar a la rápida adopción de la voz 
Montevideo. 


La expedición del esforzado hidalgo portugués don 
Hernando de Magallanes, que siguió las huellas del noble 
e infortunado descubridor del Río de la Plata don Juan 
Díaz de Solís, era una expedición española, y, siendo así, 
natural era que predominasen en ella individuos de esta 
nacionalidad, aunque los había de las más diversas en las 
cinco naves que componían la expedición de que hablo. Esa 
concurrencia de hombres de diversos orígenes, frecuente 
siempre en las empresas de mar, se daba también a menudo 
en las azarosas navegaciones de la época, las cuales recluta¬ 
ban sus elementos, a pesar de las prohibiciones, donde los 
encontraban, en aquel ambiente universalmente extendido 
de famosas aventuras del siglo XVI (2). 

Si la expedición era española, y predominaban en ella 
los individuos de la nacionalidad, pudo muy bien ser cas¬ 
tellana la expresión que discuto del vigía de Magallanes, o 
pudo ser pronunciada también en el habla que tanto había 
de hermosear Curros Enriquez, la dulce habla gallega, ma¬ 
dre legítima del idioma portugués. Pudo ser dicha expre¬ 
sión castellana o gallega; pero desde luego afirmo resuelta¬ 
mente que no fué ninguna de las dos cosas; que ni al cas¬ 
tellano ni al gallego puede atribuirse la paternidad de las 
expresiones que se han imaginado ¡en labios del marino de 
la expedición magallánica. 



ORIGEN DEL. NOMBRE DE MONTEVIDEO 


Al igual de lo que manifesté refiriéndome al “monte 
vi eu” portugués, es el caso de establecer aquí con relación 
al “monte veo”, al “monte vi” y al “monte vide” castella¬ 
nos: que ni “monte veo”, ni “monte vi”, ni “monte vide” 
son construcciones propias de la lengua de Castilla, ni en la 
antigua ni en la moderna edad; no están con su índole. 

En castellano, siempre se ha dicho, y se dirá mientras 
subsista el espíritu de la lengua—y así necesaria y sencilla¬ 
mente lo hubiera expresado el vigía de Magallanes—“veo 
un monte”, o “vi un monte”, o “he visto un monte”, para 
indicar, anunciar o afirmar la existencia y percepción de 
tal accidente orográfico. 


En cuanto al habla gallega, no tienen siquiera lugar en 
ella ninguna de las expresiones de que se pretende hacer 
derivar la voz Montevideo. Por lo pronto, no todas laa pa¬ 
labras de “monte vi eu” y de “monte vide eu” algunas de 
las cuales, “monte” y “eu”, pueden considerarse indistinta¬ 
mente portuguesas o gallegas, no todas pertenecen a éste 
dialecto provincial; mas, aunque pertenecíer®4, su retínión 
en el orden en que se encuentran dispuestas no constituye 
locuciones propiamente galaicas. 

Por equivalencia al “monte veo”, o al “moifte'vi-*>cay- 
tellanos, habríá que decir, si fuese aceptable construir así 
en gallego: “monte vexo eu”, o “monte vin eu”. Pero tales 
construcciones, según lo observado respecto del castellano 
y del portugués, no cabrían sino por extrema rareza en 
gallego. Y es que el gallego y el portugués y el castellano 
tienen índole semejante, como que derivan de iguales 
fuentes. 

Para decir “veo un monte” o “vi un monte”, lo pro¬ 
pio y natural en gallego sería articular: “vexo un monte” 


s 


"¡MONTEM VIDEO!” 


o “vin un monte”, de ningún modo “monte vexo eu”, ni 
“monte vin eu”. 


No teniendo origen ni en el castellano, ni en el portu¬ 
gués, ni en el gallego el nombre de Montevideo, ¿en dónde 
se ha originado esta voz ? — cabría ahora lógicamente pre¬ 
guntar. 

A mi entender, la voz Montevideo se deriva directa¬ 
mente, y con levísima modificación, del latín, la lengua 
madre de todas las otras a las cuales se ha atribuido la 
paternidad de nuestro nombre. Pero no proviene esa voz 
de la frase latina “monte vidi”, según lo verificaré en 
otro capítulo, confirmando lo que empecé diciendo, que 
ella no procede de ninguna de las expresiones corrientes. 




III 


El nombre de Montevideo deriva 
directamente del latín 


Y do tiene qué xet» 

con JWonte Vidi, que no puede haber existido 


Los errores del piloto, ex-contramaestre, Francisco Albo 

Excluidas las expresiones que han servido de base 
a diferentes escritores para hacer derivar el nombre de 
Montevideo ora del castellano, ora del portugués o del ga¬ 
llego, dije en el capítulo anterior que ese nombre tuvo 
origen en el latín, pero no en la expresión Monte vidi 
(que tal cual está escrita no sería bien latina tampoco), 
sino en una expresión distinta que he de analizar, perfec¬ 
tamente constituida en el idioma del Lacio, de donde 
resultaría que dicho nombre, conforme he ofrecido veri¬ 
ficarlo, no habría tenido origen en ninguna de las expre¬ 
siones corrientes. 

Que ese nombre derivó inmediatamente del latín, 
podría sustentarse, prescindiendo de razones más vale¬ 
deras, con las referencias del documento más auténtico y 
de mayor antigüedad que se conozca, de los que dén noti¬ 
cia de este asunto. Aludo al Diario de Navegación, de la 
expedición magallánica, llevado por Francisco Albo, cuyo 
manuscrito original, que he visto y figura en el Archivo 
de Indias entre los papeles pertenecientes al Real Patro¬ 
nato (Estante 1, Cajón 2, Legajo 1), fué por primera vez 



10 


“¡MONTEM VIDEO!” 


publicado en la renombrada obra de Don Martín Fernán¬ 
dez de Navarrete, "Colección de los viajes y descubrimien¬ 
tos que hicieron por mar los españoles”; encuéntrase tam¬ 
bién en la Historia de Juan Sebastián del Cano, de Eus¬ 
taquio Fernández Navarrete, y puede verse en una co¬ 
lección menos rara y más a la mano entre nosotros, la de 
documentos para la Historia de Chile por don José Toribie 
Medina. 

Aunque sea de paso observaré aquí que, a pesar de 
ser común el decir que Francisco Albo era contramaes¬ 
tre de la Armada de Magallanes, ese cargo no debe en 
realidad haberlo desempeñado estrictamente sino, a lo 
sumo, en una mínima parte de la expedición, desde Es¬ 
paña a la costa del Brasil, siendo notorio que la expedición 
mencionada realizó el primer viaje de circunnavegación. 

En la relación de las gentes que debían salir en las 
cinco naves de Magallanes, aparece, efectivamente, Fran¬ 
cisco Albo, como contramaestre de la nao Trinidad, “go¬ 
bernada por el Capitán Mayor de la Armada”, pero ese 
cargo debió compartirlo con el de piloto, pues desde el 
cabo de San Agustín, en el Brasil, hasta la vuelta a Es¬ 
paña que se hizo desde las Molucas en una sola nave, la 
que llegó a Sevilla bajo el comando de Sebastián del Cano, 
Francisco Albo era de los que llevaba el derrotero de la 
navegación, según lo comprueba el único diario de la ex¬ 
pedición que hasta hoy se conoce, el escrito por él, que 
como he dicho se conserva en el Archivo de Indias, ese 
aún inexplorado venero existente desde el famoso reinad® 
de Carlos III en la antigua Casa Lonja de Sevilla. — El 
propio Francisco Albo, declarando como testigo, después 
de su arribo a España, a proposito de acaecimientos de 
viaje, ocurridos en el Maluco, dice: llamarse Francisco 
Albo, ser vecino de Rodas, y piloto de la nao Victoria de 
Su Majestad; y así lo establecen también otros documen¬ 
tos (3). 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


11 


Volvamos a las referencias sobre el nombre de Mon¬ 
tevideo, contenidas en el diario de navegación de Fran¬ 
cisco Albo. Dice el tal lo siguiente, en sus anotaciones 
relativas al derrotero en nuestras aguas: 

“Martes 10 del dicho (Enero 1520) tomé el sol en 
75 grados, tenía de declinación 20 grados, vino a ser 
nuestra altura 35 grados, y estábamos en derecho del cabo 
de Santa María: de allí adelante corre la costa Leste 
Oeste, y la tierra es arenosa, y en derecho del cabo hay 
una montaña hecha como un sombrero, al cual le pusimos 
nombre Monte Vidi, corrutamente llaman ahora Santo 
Vidio, y en medio del y del cabo Santa María hay un río 
que se llama río de los Patos, y por allí adelante fuimos 
todavía por agua dulce”, etc. 

Monte Vidi, dice Albo que le pusieron a la montaña 
de forma de sombrero que hay en derecho del cabo de 
Santa Mearía, — y si por su descripción, solamente, no sa¬ 
biendo que se trata del Cerro de Montevideo, hubiéramos 
de echarnos a buscar la situación de ese monte Vidi, me¬ 
drados estaríamos; pero no trato de eso en este momento, 
sino de que Monte Vidi fué, según Albo, la denominación 
primitiva de la tal “montaña”. 

El nombre de Monte Vidi, sería una derivación sen¬ 
cillísima de la expresión latina “Montem vidi”, que tra¬ 
ducida al castellano vale tanto como decir “vi un monte” 
Esto es una confirmación de lo que manifesté al prin¬ 
cipio : que se puede sustentar que el nombre de Montevi¬ 
deo derivó del latín, con remitirse tan sólo a la documen¬ 
tación auténtica, de más antigua data, que contenga re¬ 
ferencias al punto de que nos ocupamos. 

Pero, en realidad, como también lo he dicho, no fué 
“Monte Vidi” el nombre primitivo del cerro de Montevi¬ 
deo, diga lo que quiera Albo, que en achaques de preci¬ 
sión y claridad, y aún de pura consignación de hechos y 
de datos, deja mucho que desear en su Diario, no obstante 




12 


“¡MONTEM VIDEO!" 


lo natural y recomendado que era entonces, en particular 
a los exploradores y nautas subsiguientes, el asiento cui¬ 
dadoso de los menores detalles que importasen al conoci¬ 
miento y exactitud de los derroteros. 

Navarrete, en su mentada obra, ya hizo notar hasta 
contradicciones en el original de Albo, determinando nada 
menos que situaciones de islas pertenecientes al grupo de 
las Molucas, o sea de la Especería, objeto esencial del viaje 
de Magallanes. “Así hay también, agrega, alguna variedad 
en los nombres propios 

En lo poco que queda transcripto de Albo, puede ad¬ 
vertirse que para señalar ¡el cerro de Montevideo, no si¬ 
tuándolo de ninguna manera, emplea indicaciones que 
no servirían para reconocerlo o que es necesario inter¬ 
pretar, con conocimiento general de los datos que debieran 
servir de guía. 

“En derecho del cabo de Santa María — expresa Al¬ 
bo — hay una montaña hecha como un sombrero”. En 
derecho del cabo, ¿hacia dónde es? (4). 

Si se siguiesen los hoy trillados derroteros de inter¬ 
nación en nuestras aguas, desde el cabo de Santa María — 
de donde no hay posibilidad de divisar el cerro de Monte¬ 
video, visible tan sólo a unas doce leguas de distancia con 
tiempo claro (5) — se vienen encontrando numerosas ele¬ 
vaciones, más o menos próximas a la costa, entre ellas el 
cerro de Pan de Azúcar, bien capaz de fijar la atención 
del navegante por su gran elevación relativa, su “notable 
aislamiento y regularidad de formas”, comparado por 
reputado marino “a una campaña sentada boca abajo’ y 
visible “a distancia de 35 a 40 millas con atmósfera des¬ 
pejada, cuando se ¡está por el S. E. de la isla de Lo¬ 
bos” (6). 

Quien hubiese seguido las indicaciones de Albo, ¿a 
cuál de las múltiples y variadas elevaciones que se ofre¬ 
cen, de cabo adentro, a la vista del navegante, más de una 





ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


íl 


de ellas parecida en realidad, o si se busca, al cerro de 
Montevideo, le hubiese adjudicado el título de Vidi, ca¬ 
prichosa o sugestivamente antejándosele ser una “monta¬ 
ña con la figura de un sombrero”? 

La imprecisión de Albo en sus datos y anotaciones, 
revélase en el mismo breve párrafo suyo que he transcrip¬ 
to, en el que ubica el Río de los Patos, que desde la ex¬ 
pedición de Juan Díaz de Solís, no era otro que el Santa 
Lucía, entre Montevideo y el Cabo de Santa María, en 
medio de estos dos puntos (7). 

Lo que sigue del relato de dicho Albo, con relación 
a nuestras costas, a la vista de las cuales se mantuvo la ex¬ 
pedición magallánica hasta el 3 de Febrero de 1520, es 
bastante confuso, deficiente, y no carece de errores. 

Dice así Albo, hablando de la navegación aguas aden¬ 
tro, y de los fondos a 34 grados y un tercio — que son 
arriba del puerto de la Colonia, a la altura del Arroyo 
de San Pedro: “y allí surgimos y enviamos al navio San¬ 
tiago de longo de costa por ver si había pasaje, y el río 
está 33 grados y medio al nordeste 

A los 33 grados y medio se está en pleno Uruguay, 
frente al Departamento de Soriano, cerca del Río San Sal¬ 
vador, a poca distancia también de las islas de la desembo¬ 
cadura del Río Negro — aproximadamente al nordeste, 
en latitud de 33°24\ 

“Y allí hallaron — continúa Albo — unas isletas, y la 
boca de un río muy grande, era el Río de Solís, e iba al 
Norte, y así tomaron la vuelta de las naos, y el dicho navio 
estuvo lejos de nosotros obra de 25 leguas”, etc. 

¿ Cuál era para Albo el Río de Solís, más tarde y has¬ 
ta hoy Río de la Plata? Parecería aludir, al principio de 
lo transcripto, al Río Negro; pero después, en su estilo 
ambiguo, parecería aludir también al mismo Uruguay, 
cuya boca se pudo creer encontrar a la vuelta de la punta 
de Fray Bentos, donde hay islas, de donde se va por el 



14 


‘•¡MONTEM VIDEO!” 


río hacia el Norte, y de donde se dista unas 25 leguas más 
o menos del Arroyo de San Pedro, estada de Albo, siendo 
sabido que hoy mismo se considera Río Uruguay, propia¬ 
mente dicho, de Fray Bentos arriba, puesto que la parte 
comprendida lentre Fray Bentos y Punta Gorda, Departa¬ 
mento de Colonia, donde está su término, es para muchos 
un estuario, el estuario del Río Uruguay, que vierte sus 
aguas en el estuario del Plata, después de angostar sus 
orillas desde Punta Chaparro abaj>o. En la región denomi¬ 
nada estuario del Urugu'ay desagua ¡el caudaloso Río Ne¬ 
gro y se abren varias bocas del Paraná, alcanza el Uru¬ 
guay un lecho desproporcionado a su caudal y sufren sus 
corrientes fáciles influencias de las mareas y los vientos. 

Sea como se quiera, por lo que queda reproducido, 
se vé que equivoca Albo la situación del Río de Solís, y 
que según él, a la Santiago, la menor de las carabelas de 
Magallanes, le tocó explorarlo aguas arriba del Uruguay. 

Después de todo, se habrá observado la vaguedad e 
imprecisión de los informes que el contramaestre - piloto 
suministra. 

¿Qué extraño, así, que no reparase en letra de más o 
de menos, cuando le tocaba anotar el nombre de un acci¬ 
dente orográfico? ¿Qué óbice había de poner a su proli¬ 
jidad una letra del alfabeto, cuando no se lo ponía, co* 
todo su inmenso caudal, un estuario como el Plata, al que 
transportaba de un rumbo o de una latitud a otros? 

No fué Monte Vidi (corrupción de “Montem vi di”, 
equivalente a “Vi un monte”) lo que se le puso a la mon¬ 
taña como un sombrero de que habla Albo. Ilógico sería 
admitir, sin rechazar los datos de la tradición, que a la 
vista del Cerro, desde las alturas de un palo, el marino 
encargado de atisbar el horizonte se expresara en tiempo 
pasado; para esto hubiera sido necesario que el vigía, al 
lanzar la exclamación de que se trata, hubiera dejado de 
ver leí “monte”, o que hubiera empleado su expresión al 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


16 


descender a cubierta o posteriormente en quién sabe qué 
circunstancias — lo que tornaría cada vez más difícil de 
•omprender la adopción de su frase como espontánea y 
decisiva designación geográfica. 

Con la tésis del Monte Vidi, resulta, además, inex¬ 
plicable y arbitrario el paso del Vidi al Vídeo; no se al¬ 
canza, ni se dá la razón, ni se vé motivo alguno, por los 
que el Montevidi hubiera podido, convertirse en Monte¬ 
video. 

¡ Nó! El nombre que se le puso al Cerro de Montevi¬ 
deo fue el de “Monte Vídeo” (el “Vídeo”), de denomina¬ 
ción asimismo latina, según acabaré de verificarlo en otro 
capítulo. El vigía debió expresarse, y sin duda se expre¬ 
só, en tiempo presente. 

Esta última versión es la más clara, sencilla y natu¬ 
ral de cuantas hayan podido ofrecerse. Está en absoluto 
de acuerdo con los datos de la tradición inmemorial, y se 
halla, además, confirmada por la repetida concordancia 
de numerosos documentos. 


Mas no terminaré sin dejar apuntado desde ahora 
que, en las mismas palabras de Albo que he transcripto, 
se encuentran datos confirmatorios de que no fué vidi, sino 
Vídeo, el nombre que se le dió al “Monte” que se alza 
eomo un vigía sobre nuestra costa. 

¿No dice Francisco Albo, inmediatamente de dar 
cuenta del nombre que según él se le puso a nuestro Cerro, 
que ahora le llaman cornetamente Santo Vidio? 

¿Cuándo fué ahora? Indudablemente en los mismos 
días en que escribe Albo su Diario de Navegación, pues 
ese ahora está asentado en el Diario, y en los mismos días 
en que estampa lo referente a la navegación del Río de 
la Plata. 



16 


“¡MONTEM VIDEO!” 


La redacción del diario de Albo no fué hecha, en mu¬ 
chas partes, rigurosamente, día por día, a veces por estar 
la navegación detenida, según ocurrió en el mismo Plata 
con algunas naves de Magallanes, quien permaneció por 
acá unos veintitantos días; otras, por pobreza de observa¬ 
ciones, aun en plena navegación: ya hemos visto cómo se 
vino Albo sin indicar un rumbo, una maniobra, distan¬ 
cias recorridas, velocidades, escollos, bajíos, fondos ni acci¬ 
dente alguno, desde Santa María a Montevideo. 

Pero en el Diario de Navegación, y entre lo perti¬ 
nente al Río de la Plata, antes de establecer las demás ocu¬ 
rrencias que siguen, consigna Albo, a renglón seguido del 
Vidi, lo del Santo Vidio. Luego, puede afirmarse que en 
los mismos días de la exploración de Magallanes en el 
Río de la Plata, 10 de Enero a 2 o 3 o poco más de Fe¬ 
brero de 1520, ya no era, según Albo, Vidi el nombre de 
nuestro Cerro: por corrupción o lo que fuera, los propios 
navegantes de la expedición le llamaban Santo Vidio. 

¿Le llamarían, en realidad, Santo al cerro de Monte¬ 
video? ¿Le habrían llamado antes Vidi? ¿O fueron, éstas, 
voces aisladas que recogió Albo sin examen, a la manera 
de otros datos de mayor cuantía, que ya le hemos visto 
barajar lamentablemente? 

En suma: Albo llegó a registrar aproximadamente el 
apellido del Santo que le adjudica a nuestro Cerro — 
santo que no se sabe quién puede haber canonizado, cuya 
procedencia y foja de hechos se ignoran absolutamente, y 
acerca de cuya existencia no se barrunta el más leve in¬ 
dicio en ningún almanaque. 

Dió aproximadamente Albo el apellido del santo, pero 
todavía tuvo la desgracia de equivocarse una vez más, 
por un palito. Ese santo nunca pudo llamarse Vidio, ni 
siquiera Ovidio. 

El Cerro de Montevideo nunca fué santo, ni Vidio 
ni Ovidio, a no ser que la cruz que le hubieren puesto 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


17 


encima, según hipótesis, los compañeros de Solís, por 
orden de este infortunado e ilustre navegante, en demos¬ 
tración de señorío sobre estas tierras y de la civilización 
del pueblo que las descubría y conquistaba, hubiere dado, 
pie a algún chusco de cubierta, de la expedición magallá- 
nica, para canonizar, de entrada, en los flamantes dominios 
de S. M. El Cerro de Montevideo, llevó siempre, desde 
el día de su bautismo, el nombre de Monte, sin santo 
ninguno: el nombre de Monte Vídeo, que tiene una ex¬ 
plicación perfectamente racional, concordante con la más 
genuina tradición y documentos relativos más antiguos, 
nombre que con la leve variante que se ha perpetuado, 
comprendió un día, como debiera comprender hoy mismo, 
toda la región que constituye nuestra nacionalidad inde¬ 
pendiente. 





IV 


Verdadero origen del nombre de Montevideo 

“ JHontem vídeo ” 

( Veo un monte ) 

Arribando al final de este estudio analítico acerca del 
origen del nombre de Montevideo, resumiré en breves lí¬ 
neas lo que pretendo haber establecido fundamentalmente 
en los capítulos que preceden. 

El nomfbre de Montevideo no deriva ni de Monte vi, 
ni de Monte vide, ni de Monte vidi, ni de Monte veo, ni 
de Monte vide eu, en una palabra, de ninguna de las ex¬ 
presiones que corren al respecto. No debe su origen al 
castellano, ni al portugués, ni al gallego. El nombre de 
Montevideo deriva del latín, pero no, como queda dicho, 
de la expresión Monte vidi — que en todo caso sería Mon- 
tem vidi — sino de la expresión latina Montem vídeo, que 
quiere decir cabalmente Veo un monte. Trataré de con¬ 
cluir de abonarlo, y de establecer las demás circunstancias 
de este asunto. 


Desde luego, la tradición inalterable dice que la ex¬ 
clamación de un vigía de la expedición magallánica, reve¬ 
lando la presencia de un monte a los tripulantes de la nao 
en la cual tal exclamación se lanzara, fué lo que dió ori¬ 
gen a la denominación del Cerro de Montevideo, y con 
ello a la voz con que más tarde había de designarse la 



20 


“¡MONTEM VIDEO!" 


ciudad capital de la República Oriental del Uruguay, y 
aun el propio territorio de la misma. Todas las explicacio¬ 
nes que se dan sobre el origen del nombrte de la referencia, 
concuerdan en tomar por base aquella tradición, o la dan 
por supuesta. 

Y bien: partiendo de esa misma base indiscutida 
para explicar la génesis del nombre de Montevideo, puede 
asentarse — a propósito de los que buscan en los idiomas 
portugués y castellano antiguo o en el dialecto gallego, 
con retorcimiento arbitrario de sus sintáxis —, que no es 
creíble que el acusar la presencia de un monte por medio 
de voces de una lengua viva, más o menos vulgar entre 
los que la oyen, sea por sí sola causa suficiente e inmediata 
de titular o denominar a ese monte precisamente con la 
expresión, en lengua vulgar, de que se le vé o se le ha 
visto. Tanto valdría como admitir que lo común y ordina¬ 
rio sea motivo de extrañeza o de señalamiento. 

En cambio, atribuida la expresión a un idioma no 
común como el latín, la rareza de esa expresión entre los 
que equivocan su sentido, o aun entre los que lo compren¬ 
den y alcanzan la general confusión de los otros, ha podido 
motivar muy bien una ocasional denominación que el uso 
y la costumbre se habrían encargado después de hacer 
perdurar. 

Tal lo que ha debido ocurrir con el anuncio de ver 
un monte, expresado por singular ocurrencia en lengua 
latina. “Veo un monte”, se expresa, en efecto, exacta¬ 
mente, en latín, con las voces “Montem vídeo”. 

Montem es la forma que admite el nombre mons en 
el acusativo de la tercera declinación; montem, acusativo 
del nombre latino mons (monte), señala de consiguiente 
el objeto en quien recae la acción del verbo. 

Video (veo)—que se pronuncia como palabra lesdrú- 
jula, vídeo, con acentuación sobre la i, aunque no lleve el 
acento ortográfico castellano —, es la primera persona 




ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


31 


de indicativo del verbo videre, de la segunda conjugación 
latina. Videre — que “es la más general de las palabras 
de este grupo: cernere, spectare, visere, tueri —, significa 
ver naturalmente, por una cualidad propia de los ojos, co¬ 
mo actividad del sentido de la vista, sin obstáculo inter¬ 
medio que impida ver, y tal vez sin intención de mirar”. 

Como en latín no hay artículos, la palabra mons, se¬ 
gún lo explican los textos, significa igualmente: monte, 
el monte y un monte. 

Así para expresar en latín las proposiciones veo una 
ernsr o veo la cruz, veo el hombre y el soldado, veo el monte 
o veo un monte, se ha de decir: Crucem vídeo, hominem et 
militem vídeo, montem vídeo, siendo el un que en estas 
expresiones se emplea, nó un adjetivo numeral sino a to¬ 
das luces un artículo genérico o indeterminado. 

Aquí no hay construcción anómala ni estrafalaria co¬ 
mo en los supuestos casos del gallego, del portugués y del 
viejo castellano. Aquí la construcción, anteponiendo el 
nombre al verbo, es perfecta. “El acusativo — según la 
gramática latina — se pone delante del verbo”; a más de 
que “en latín, se coloca generalmente al principio de la 
proposición la palabra o palabras que expresan el objeto 
principal de ella”. Como lo dice Raimundo de Miguel: “La 
construcción inversa es la genial de la lengua latina. Ra¬ 
rísimo será en ella el período que no se halle escrito en 
este orden, que tanto contribuye a su cadencia, armonía 
y majestuosa gravedad”. 

La generalidad de los tripulantes de la nave de Ma¬ 
gallanes, que oyó la exclamación latina del vigía, se quedó 
a oscuras, seguramente, respecto del verdadero sentido de 
la expresión, sentido que, por otra parte, no se habrá 
esforzado en encontrar, creyéndolo entender de inmedia¬ 
to. Al oir lo de “Montem vídeo”, como conoce la voz 
Monte — que es lo que habrá percibido de Montem — 
atribuye el Vídeo al nombre de la eminencia que entonces 



22 


‘•¡MONTEM VIDEO!” 


se acusa, al conocimiento, por el que grita, de las denomi¬ 
naciones geográficas de la región, las del descubridor 
Juan Díaz de Solís, cuyo aproximado derrotero siguen 
dichos tripulantes. Sabido es que había ya nombres noto¬ 
rios en esta región, como Cabo de Santa María, Río de 
los Patos, Río de Solís; y de suponer ¡elemental era, pa¬ 
ra la generalidad de los navegantes magallánicos, que la 
dirección náutica de la expedición estuviera informada de 
otros nombres de accidentes y lugares de la derrota. 

La expresión del vigía, de seguro chocó, a los que 
pudieron entenderla, por la originalidad y la forma inu¬ 
sitada y llamativa empleadas. A los que no la entendieron, 
facilísimo les fué el creer que el Montem vídeo repentina¬ 
mente lanzado, era el anuncio de un Monte llamado Vídeo , 
era decir: estamos en presencia o a la vista del Vídeo, o 
sea del Monte Vídeo. 

El jefe expedicionario y toda la tripulación, pudieron 
así consagrar, con el nombre de Vídeo, a ese monte divi¬ 
sado por el vigía y proclamado en semejante forma. 

Estas reflexiones no son una pura conjetura, que en 
todo caso sería, según pienso, la más adaptada al asunto. 
Numerosos documentos, de los cuales yo mismo he pu¬ 
blicado varios inéditos, habiendo tenido su texto original 
en mis manos, acreditan que desde remotos tiempos al 
Cerro de Montevideo se le llamaba “Monte Vídeo”, tex¬ 
tualmente, con acento ¡en la i, lo que patentiza que el pro¬ 
ceso de formación del nombre que lleva hoy la capital 
de la República Oriental, no es otro que el que queda 
expresado. 

Españolizada — no traducida — la exclamación del 
vigía magallánico, se dió el calificativo de Vídeo al monte, 
o sea al cerro, señalado por aquél, como si así hubiese 
sido denominado. La voz Vídeo, recogida tal cual se lanzó, 
en toda su pureza, conservó hasta la acentuación prosódica 
latina, y para ello hubo necesidad, en castellano, de poner- 


ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


23 


le el acento ortográfico de la í, no empleado en el idioma 
originario. 

Sin duda referencias de actores y testimonios autén¬ 
ticos de los acaecimientos del viaje de Magallanes — que 
hoy no se conocen y que acaso podrían estar como perdi¬ 
dos en los ocultos veneros del Archivo General de Indias 
de Sevilla —, guardaron con rigurosa fidelidad los datos 
de la partida de bautismo de nuestro “monte”, y contra 
ellos y su notoriedad subsiguiente en España, propagada 
después a través de los siglos, nada pudo jamás la erró¬ 
nea versión aislada del deficiente y confuso piloto, ex¬ 
contramaestre, Francisco Albo, que tan pronto designó 
al Monte Vídeo, en su Diario, por Monte Vidi, como por 
Santo Vidio, sin que pueda colegirse de donde hizo de¬ 
rivar esta última denominación extravagante. 

No solo los escritores, ingenieros militares, cronistas, 
etc., de la Metrópoli, llamaban al Cerro de Montevideo 
“Monte Vídeo”, y a la ciudad de Montevideo “Ciudad de 
San Phelipe de Monte Vídeo”, sino que otro tanto, hacían, 
durante la dominación española, las más altas, poderosas 
y entendidas autoridades de la madre patria en asuntos de 
América. 

El Fiscal del Consejo de Indias, que escogía el Mo¬ 
narca entre destacadas personalidades de la época, como 
lo eran las del mismo Consejo, llamaba a Montevideo en 
sus vistas e informes “Monte Vídeo”, e igual cosa hacían 
el Supremo Consejo en sus sabias informaciones y el 
Rey en sus decretos. 

El propio fundador de la ciudad de Montevideo, Go¬ 
bernador del Río de la Plata, don Bruno de Zabala, en 
documentos que he leído en sus originales, y que he pu¬ 
blicado también, se dirigía al Monarca designando a esta 
Ciudad con el nombre de “Monte Vídeo”. 

“Monte Vídeo” aparece también en el relato que he 
publicado del viaje del destacamento portugués que en 1723 




24 


“¡MONTEM VIDEO!” 


vino a ocupar militarmente la península montevideana, 
conforme a la copia remitida a España por el Marqués de 
Capecelatro, representante de aquella Corte en la de Por¬ 
tugal. Y San Phelipe de “Monte Vídeo” o de “Montevi¬ 
deo”, también está consignado, como denominación de 
Montevideo, en muchos planos de fortificaciones y pro¬ 
yectos de tales que en copia fotográfica tengo en mi poder, 
y que llevan fechas comprendidas entre 1724 y los años 
finales de esa centuria. 

Todo esto demuestra la extensión y fijeza que en el 
siglo XVIII tenía, todavía, la que tuvo que ser primitiva 
forma de la mentada denominación. 

El “Monte Vídeo”, que empezó a escribirse por me¬ 
dio de dos palabras separadas, las cuales uniéronse más 
tarde por intermedio de un guión, acabó por convertirse 
en una palabra única, que conservó al principio el acento 
de la í de Vídeo y después lo perdió para transformarse 
en la actual palabra llana de Montevideo. 

Tal fué, tal debió de ser el origen de este hermoso y 
singular nombre, cuya estirpe latina se patentiza en él, 
trasciende del mismo, pues tan leves han sido los fáciles 
y propicios cambios con que la ¡expresión primitiva se in¬ 
corporó al léxico castellano. 

El P. Pastells y sa intepppetaeíón del sentido de la voz 
flUontevideo.—El “Iiazatillo de Ciegos Caminantes”, de 
Coneolopeorvo, publicado en 1773. 

Ea primera vez que oí hablar de estas dos palabras 
“Montem video”, como originarias del nombre Montevi¬ 
deo, fué en el Archivo de Indias de Sevilla, habiendo es¬ 
tado allí dedicado, durante una temporada, a la busca de 
antecedentes relativos al origen y fundación de Monte¬ 
video. 

El R. P. Pastells, erudito historiógrafo y paciente 
investigador que, a fines de I 9 II, hacía ya unos siete años 


ORIGEN DHL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


25 


que ‘estaba consagrado en el Archivo a la exhumación de 
documentos de la historia de las misiones del Paraguay 
y que lleva hoy publicados varios importantes volúmenes 
al respecto, me aseveró un día, terminantemente, que Mon¬ 
tevideo venía de las dos citadas palabras latinas, y que 
esto lo había leído, no recordaba bien si en los relatos de 
viajie de Francisco Albo y de Antonio Pigafetta, o en 
algún cronista o escritor. 

Bien que a esto se redujera la información del sabio 
sacerdote, que no perdía ningún tiempo en la absorbente 
y fatigosa tarea a que se entregaba a diario, desde que se 
abrían las puertas del Archivo hasta que se clausuraban, 
me impresionó aquello como cuando de repente se percibe, 
en un oscuro asunto, la luz de la verdad. Y hoy, que he 
adquirido la convicción de ella, me complazco en citar este 
antecedente, como un refuerzo, además, de significativa 
autoridad, en favor de la tésis de que estas líneas se 
ocupan (*). 

En el propio Archivo de Indias registré el Diario de 
Navegación llevado por Albo abordo de la Trinidad y de 
la Victoria, y naturalmente no encontré más que la es¬ 
cueta relación que ya he examinado, de antiguo conocida 
y publicada. Allí también recorrí, sin ningún resultado, 
en la impresa “Colección de documentos para la Historia 
de Chile, de don José Toribio Medina”, las noticias del 
viaje de Pigafetta, cuyo original se encuentra en el Archi¬ 
vo o Biblioteca de Milán. 

Y así, en otras relaciones de navegantes y de cronis¬ 
tas de la época. 


(*) No obstante, debo manifestar aquí que el R. P. Pastells, 
haciendo referencia a la denominación de Montevideo, en el Cap. 
III, Val. I de su obra intitulada “El descubrimiento del estreche 
de Magallanes”, que ha publicado (1920) la Biblioteca de Historia 
Hispano - Americana con ocasión del cuarto centenario de ese des¬ 
cubrimiento, no adopta, ni enuncia la tésis que queda expuesta: 
se limita a reproducir el texto del Monte Vidi y del Santo Vidio 
de las referencias de Francisco Albo, y con ello parece, sin duda, 
remitirse a él. 




26 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


Una vez en Montevideo, e inducido por una nota que 
leí, en que se mencionaba incidentalmente lo del origen 
de la voz montevideana (8), busque el libro que la con¬ 
tenía, ejemplar muy raro, y curioso, que conserva con 
cuidado la Biblioteca Nacional. Es una especie de Bae- 
decker, de viajeros del siglo XVIII en Indias, publicado 
en 1773: “El Lazarillo de Ciegos Caminantes desde Bue¬ 
nos Aires hasta Lima, con sus itinerarios, etc., sacado de 
las Memorias del Comisionado de la Corte don Alonso 
Carrió de la Bandera, para el arreglo de Correos y esta¬ 
fetas, situación y ajuste de postas desde Montevideo, por 
don Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcorvo, 
natural del Cuzco, que acompañó al referido comisionado 
y escribió sus estractos”. 

En esa obra, que no trae más caudal sobre el asunto 
que la nota de la referencia, se estampa que Montevideo 
es “Voz bárbara, o a lo menos viciada, o corrompida, pro¬ 
veniente del Castellano, Monteveo, o Portugués, Monte- 
veio, o de Latín, Monhemvideo”. 

La importancia de esta versión, todo lo alternativa 
que se quiera, está en revelar que, siglos atrás, se ha¬ 
blaba de la procedencia latina de Montevideo; en que, per¬ 
sonas doctas, como el Visitador de quien Concolorcorvo 
sacó sus extractos “con ayuda — además, según él dice 
— de vecinos y cierto fraile de San Juan de Dios que le 
encajó la Introducción y Latines”, habían recogido el 
sentido propio y la índole de la voz de que se trata, y que 
todo ello aparece en perfecta armonía y concordancia con 
la manera todavía muy frecuente que tenían los españo¬ 
les de designar a Montevideo: Monte Vídeo. 

De eófflo podía hablar latín o latines nn vigía de Magallanes 

En la exégesis de que me ocupo, atribuida la expre¬ 
sión “Montem vídeo” a la exclamación de un vigía, podría 
ofrecerse el escrúpulo de cómo hablaba latin o conocía 
latines una persona de ese oficio, es decir, ordinariamente, 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


27 


un marinero que trepa a las cofas, o a los topes si fes ne¬ 
cesario, para atalayar el mar y escudriñar el horizonte. 
La contestación está contenida en la misma salvedad de 
la definición que acabo de apuntar. Ordinariamente el vi¬ 
gía es un marinero, pero no siempre lo es, no siendo for¬ 
zoso que lo sea. 

En el caso en examen lo indicado era que ¡ el vigía no 
fuera un individuo vulgar, sino por lo contrario una per¬ 
sona de cierta inteligencia, criterio o discernimiento. Los 
nautas de la expedición magallánica, arrimados a nuestras 
costas oceánicas, donde acababan de sufrir un recio tem¬ 
poral, venían a internarse en el río de Solís, por lugares 
y sondas poco menos que desconocidos, no habiendo más 
precedente de navegación que el de la fugaz e infortunada 
del ex-piloto mayor don Juan Díaz de Solís. 

Hombre algo despierto debía subir a la altura para 
apreciar los datos generales, acaso alguna marcación que 
de aquel ilustre navegante se tuviese, o para juzgar, sim¬ 
plemente, por sí, de la situación de las naves, y de los ac¬ 
cidentes posibles de la ruta, sin perjuicio de la sonda y de¬ 
más medidas que se irían adoptando por el pilotaje. 

Archisabido ¡es que el mayor peligro del mar está en 
las costas, y a la vera de ellas nunca se estimarían sufi¬ 
cientes los cuidados y precauciones en aquellas célebres e 
inauditas expediciones marítimas del siglo XVI — sobre 
endebles embarcaciones, por aguas ignoradas, con tripula¬ 
ciones indisciplinadas, reclutadas más de una vez en cual¬ 
quier parte a pesar de las pragmáticas — y en las que la 
suerte de todos, y trascendentales intereses de la Corona de 
España, iban librados, a menudo, a un detalle que no se tu¬ 
viese en cuenta con madura ponderación o no se previnie¬ 
se con debido rigor. 

Así pueden verse figurar en Ordenanzas de la Armada 
Naval, disposiciones, como la que transcribiré en seguida, 
dictadas con carácter general impositivo con mucha poste- 



28 


“¡ MONTEM VÍDEO !” 


rioridad a la época de que hablo, pero que son un trasunto 
claro de las prácticas que, desde los primeros días de las 
expediciones de Indias, señalaba la necesidad y aconseja¬ 
ba la reflexión más improvisa: “Los pilotines deberán su¬ 
bir a las cofas y topes siempre que se les mande para las 
descubiertas de baxeles, tierras o baxos, no eximiéndose de 
este mismo servicio a los Pilotos, cuando su práctica y agi¬ 
lidad personal les facilite el hacerlo”, etc. ( 9 ). 

Esta disposición die los últimos Borbones que rigieron 
el mundo de Colón antes de la revolución americana, apar¬ 
te el carácter que asumía de defensa y seguridad inmediata 
de los expedicionarios, guarda consonancia con el sentido de 
aquellas otras anteriores, de Fernando VI, mandando que 
todos los pilotos que navegasen a Indias, o a otros via¬ 
jes dilatados, formaran diario exacto de la navegación, 
explicando por extenso las circunstancias de su derrota, 
se aplicaran al conocimiento de las tierras, observando su 
figura, delineando las que pudieren, etc., y que, al volver 
entregasen al Piloto Mayor los diarios que hicieren en sus 
navegaciones, a fin de qule él extrajese de ellos todas las 
circunstancias particulares que contuviesen de instrucción, 
debiendo dar además todas las noticias que contribuyeran 
al acierto die esas navegaciones y a la información de 
descubrimientos y adelantos. 

Por ello, el mismo don Fernando VI ordenó que para 
que todas esas noticias produjeran utilidad, el Piloto Mayor 
había de hacer oportunamente las notas que conviniera en 
Cartas, Cuarterones y Derroteros; y que de esos papeles, 
cartas hidrográficas, planos de puertos y otras particula¬ 
ridades se haría archivo bien coordinado para dar copias 
a los comandantes y pilotos de la Armada cuando salie¬ 
sen a navegar ( 10 ), 

No era esto sino reproducir lo que, andado poco más 
del tercio del siglo XVI, había ordenado ya el mayor de 
los Austrias, para que se apremiase, a todos los pilotos que 





ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


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volviesen de Indias, a que diesen a los cosmógrafos de la 
Casa de Contratación de Sevilla la relación de la navega¬ 
ción y tierras que hubiesen visto y descubierto (11); lo 
que no hizo sino pormenorizar Felipe II cuando dijo: 
“Mandamos a los pilotos y maestres de la carrera de In¬ 
dias, que en cada viaje vayan haciendo descripción y dia¬ 
rio de todo lo que sucediera en él, asentando los dias en 
que salieren y entraren en los puertos, derrotas y rumbos 
por donde navegaren cada día, los vientos de mar y tierra 
que llevaren, las calmas, tempestades y huracanes que so¬ 
brevinieren, las corrientes, recalas, islas, arrecifes, bajos, 
escollos y tapaderos, y los demás peligros e inconvenientes 
que se les ofrecieren, señas, entradas, salidas, fondo, sue¬ 
lo, capacidad, largura, anchura, agua y leña, y las demás 
calidades de los puestos donde tocaren y entraren, de que 
otra vez no hubieren hecho descripción, y traigan relación 
particular de todo aquello por escrito, y la entreguen al 
piloto mayor y cosmógrafo de la casa de Sevilla, con las 
penas que el presidente y jueces de la casa les impusie¬ 
ren” (12). 

Mas esto no fue tampoco sino reiterar lo que en re¬ 
petidas ocasiones ordenaran los Reyes Católicos, lo que 
estaba dispuesto, de consiguiente, desde antes de la gran 
expedición de Magallanes. 

Precisamente, esta preocupación que desde los pri¬ 
meros descubrimientos en Indias revelaron los Reyes de 
España, en favor de las seguridades de la navegación, y 
para llegar cuanto antes al mejor conocimiento geográfico 
de los lugares que se expresaban y en que debían exten¬ 
der su dominio, es una de las altas notas de la administra¬ 
ción española de su tiempo, y ha hecho escribir a don 
Adolfo Posada que ello constituye un dato importantísi¬ 
mo, confirmatorio de la plena conciencia del valor e in¬ 
terés político que la colonización tuvo muy pronto para el 
Gobierno de España, demostrando que los reyes y esta- 



30 


“¡MONTEM VIDEO!” 


distas de la metrópoli, en los siglos XVI y XVII, no pro¬ 
cedían de otra manera que como proceden los pueblos más 
cultos en sus empresas político expansivas. 

Pensando en convertir en documentos de positiva uti¬ 
lidad y enseñanza los relatos llevados por el descubridor 
desde su primer viaje, los Reyes Católicos — conforme a 
citas comentadas por el autor referido y entresacadas de 
las Relaciones Geográficas del sabio Jiménez de la Espa¬ 
da —, escribieron a Colón: “para bien entenderse mejor 
¡este vuestro libro, habernos menester saber los grados de 
la isla y tierras que fallastes y los grados del camino por 
donde fuistes”; y mandan al Almirante que se informe: 
“del grandor de las dichas islas, e haga memoria de to¬ 
das, y vea las islas y tierra firme que descubriera, y las co¬ 
sas que hobiere”. 

En el mismo sentido expresa don Rafael Altamira: 
“Es de advertir con qué buen sentido los Reyes Católicos 
procuraron desde el primer momento reunir el mayor nú¬ 
mero de datos posibles respecto de las condiciones de aque¬ 
llos países y de sus habitantes para mejor determinar lo que 
conviniese en el gobierno de ellos. Así se ve que en las ins¬ 
trucciones dadas a Nicolás de Ovando en 1501, a Colón 
en 1502, a Juan de la Cosa en 1504, y en capitulaciones 
con otros navegantes y descubridores en 1508, 1512 y 1514 
se recomienda y aun se manda la formación de relacio¬ 
nes con aquel objeto, las cuales habían de servir para crear 
y nutrir un padrón de todas las tierras e islas de las Indias. 
La cédula de 1508, en que don Fernando señaló las 
atribuciones de su piloto mayor Vespucio, manda a todos 
los pilotos que de allí en adelante fueran a las dichas nues¬ 
tras tierras de Indias descubiertas o por descubrir, que, 
hallando nuevas tierras, o islas, o bahías, o nuevos puestos, 
o cualquiera otra cosa que sea digna de ponella en nota en 
dicho Padrón Real, que en viniendo a Castilla que vayan a 
dar su relación”. 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


31 


La obligación de los pilotos de presentar los derrote¬ 
ros de sus viajes y todas las novedades de los mismos en 
la Casa Lonja de Sevilla, donde el célebre cosmógrafo 
Juan de la Cosa — ilustre ex-dueño y maestre de la nao 
Santa María en la expedición colombina — preparaba y 
trazaba las cartas y mapas que habían de servir a la uni¬ 
versalidad de los mareantes en sus viajes a Indias, car¬ 
tas de marear que firmaba, tan solo, el Piloto Mayor Amé- 
rico Vespucio, funda precisamente la teoría más verosí¬ 
mil que existe para explicar la procedencia del nombre 
de América, una vez que se designaron tales cartas con el 
nombre de Cartas de Américo o Cartas Américas, y que 
se aplicara luego la designación al contenido de ellas, o 
sea a las grandes porciones de tierra en dichas cartas de¬ 
lineadas. 

De todos modos, cuando el viaje de Magallanes, de 
1519 , estaba en vigencia la mencionada disposición real 
sobre derroteros y descubiertas del tiempo de Américo 
Vespucio, quien actuó de 1808 a 1812. 

Y que el Capitán General de la Real Armada don 
Hernando de Magallanes, en su gran viaje de exploración 
la llevaba bien en cuenta — siendo por lo demás tan na¬ 
tural y de mérito y relieve para la propia expedición el 
escrupuloso y Utilísimo señalamiento de todos los datos que 
aquella adquiriese y de las verificaciones que hiciere —, 
pruébalo el hecho de haber mandado dar el Sr. Capitán 
General tres tratos de cuerda, con servidores de lombarda, 
nada menos que a uno de los primeros pilotos de la Ar¬ 
mada, Andrés de San Martín, por haber echado al agua 
“una figura de la navegación que habían llevado” (13) 

En los momentos de peligro cerca de las costas, o 
para el mejor conocimiento o delincación de las tierras, 
debía subir a los palos gente de algún entendimiento, y nó 
el vulgar vigía de los tiempos ordinarios. 




V 


Quién pudo sep el vigía, de la expresión 
“¡Vlontem video” 


Quien desde la altura divisó antes que ninguno de 
los tripulantes de la nao capitana el Cerro de Montevideo, 
y lo anunció en altas voces en la forma que queda expre¬ 
sada, no es probable que fuera el piloto titular de la Tri¬ 
nidad, don Esteban Gómez, marino portugués que traía 
Magallanes, en su inmediación, a bordo de la nao de su 
insignia, personalidad de positiva importancia, con repu¬ 
tación de “gran marinero” y de cuyo prestigio en la ex¬ 
pedición hablan los cronistas de la época, llegando hasta 
calificarlo de émulo de Magallanes. No es probable que él 
fuera, no solo por que no lo exigiesen muy rigurosas cir¬ 
cunstancias, y haber gente de menor cuantía que pudiese 
llenar a satisfacción el cometido, sino por la misma for¬ 
ma lijera y retozona en que se produjo el anuncio de que 
se trata, según pronto me detendré a considerarlo. 

En virtud de las mismas razones y de su posición ade¬ 
más, y por no tocarle, no debió de ser tampoco el que subió 
al palo el maestre de la Trinidad don Juan Bautista de Pun- 
zorol o Poncevera, hombre ya de unos 50 años de edad. 

Tampoco fué seguramente, el del palo, el griego Fran¬ 
cisco Albo (14), contramaestre de la Capitana, que an¬ 
duvo oficiando de piloto desde el cabo de San Agustín en 
el Brasil (15), y que, como piloto efectivo, entró después 
de tres años de navegación, en el puerto de Camaroneros de 



34 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


Sevilla, abordo de la nao Victoria, que echó el ancla fren¬ 
te a la Torre del Oro, mandada por el Capitán guipuzcoano 
Sebastián del Cano, ex-maestre de la Concepción. No pu¬ 
do ser Francisco Albo el de la expresión Montem vídeo, 
puesto que no supo consignarla con propiedad en su pe¬ 
lado Diario de Navegación — diario tartamudo, según 
el diecir del Sr. P. Groussac —, que apenas contiene las al¬ 
turas de sol, rumbos de la derrota y alguno que otro dato 
más; y no solo porque no supo consignar la expresión que 
dió nombre al Cerro montevideano, no puede ser él el que 
la emitió, sino porque habla, en su referido Diario, como 
de una designación a que no ha dado origen, que atribuye 
a la generalidad. 

Menos de conjeturar es que el de la frase latina haya 
sido ninguno de los hombres que figuran abordo con car¬ 
gos especiales como el de escribano, alguacil, cirujano, 
etc., precediendo o siguiendo la nómina de marineros, lom- 
barderos, grumetes y pajes del rol de tripulantes de la 
Trinidad (16). 

Entiendo que, por todas las circunstancias del caso, 
es entre los sobresalientes o meritorios que forman parte 
de los sesenta y dos hombres de dotación de la nave capita¬ 
na, confundidos, al final del rol, con el capellán, el merino 
chico (alguacil), el armero, el lengua y los criados, donde 
habría quizá que buscar al autor de la frase latina que dió 
título a Montevideo. 

Recuérdese que en las citadas Ordenanzas de la Ar¬ 
mada — aunque sean muy posteriores a los tiempos de 
Magallanes —, se mandaba de preferencia a los pilotines 
subir a los palos en las descubiertas. Y, además, es necesario 
tener en cuenta que entre los sobresalientes, vale decir los 
destinados a suplir a otros en cargos de alguna entidad y 
que venían haciendo méritos, los había de calidades efecti¬ 
vas y de cierta instrucción. Esto último importaba, enton¬ 
ces, el tener, de cerca o de lejos, algunos conocimientos la- 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


35 


tinos, estando, por otra parte, en predicamento, las citas y 
sentencias en el idioma del Lacio, hasta entre gentes del 
vulgo. 

Eran frecuentes en aquella época los obras científicas 
en latín, y aun las de otro carácter. En manos de Sebastian 
del Cano consta que había un almanaque en latín. 

A mi parecer, solo un sobresaliente, y no uno de los 
individuos graves y de cargo en la dotación, ni tampoco 
uno de los ignaros y vulgares, ha podido ponerse a fachen¬ 
dear o papelonear desde la cofa del palo mayor; pues solo 
por fachenda, jactancia o papeloneo ha podido acusarse en 
latín la presencia del Cerro de Montevideo y originarse el 
nombre que le ha quedado. Y le quedó entonces, según lo 
explicado, justamente por la extrañeza de lo que se decía 
o la falta de comprensión de la generalidad, que entendió, 
de inmediato, que el Vídeo, de Montem vídeo, era el nom¬ 
bre apositivo del castellano Monte, no habiendo, de cierto, 
percibido los oyentes la m de la voz latina montem, o de¬ 
jándola caer. 

Y que entre los sobresalientes venía gente de algún 
nivel intelectual, capaz por ende de tener nociones de latin, 
verifícase en la lista que de ellos ofrece, en su clásica obra 
sobre los viajes por mar de los españoles, don Martín Fer¬ 
nández Navarrete. 

Son siete los sobresalientes, aunque no faltan documen¬ 
tos oficiales de la época, que califican también de sobresa¬ 
lientes a otros tripulantes. 

De esos siete, destácase desde luego por lo citado que 
es — bien que no haya debido ser el de la exclamación 
trinitaria — el que Navarrete apellida Antonio Lombardo, 
y que llamaban así por ser natural de Lombardía, o Anto¬ 
nio de Plegafetis, más conocido por su propio apellido de 
Pigafetta. Es este el autor del célebre relato del viaje de 
Magallanes encabezado con los títulos de “Navegación y 
descubrimiento de la India Superior, hecha por mí, Antonio 



36 


“¡MONTEM VÍDEO!’ 


Pigafetta, gentil hombre vicentino, caballero de Rodas”, 
etc., y “Viaje alrededor del mundo por el caballero Antonio 
Pigafetta”. 

Personalidad de tantos puntos — que dedicó su obra 
al Maestre de su orden y se la presentó nada menos que a 
Carlos V, diciéndole que le ofrecía aquello por no haberle 
podido traer ni plata, ni oro, ni piedras preciosas, y que 
más que otra cosa no fué sino un testigo de la expedición, 
como tantos otros que buscaban entonces embarcarse en 
alguna forma a las maravillosas tierras de Indias y sus 
maravillosos descubrimientos —, he dicho que no puede ser 
el de la cofa o 'el tope de la nao magallánica, y se confirma 
esto con la lectura del precitado relato, en el cual no se 
consigna una palabra acerca de la denominación del Cerro 
montevideano. Imposible parece que el caballero die Rodas 
hubiera sido el de la incidencia náutica y bautismal, fuera 
de lo dicho, por no haberla asentado en su famoso libro, 
cuando tanto relieve trataba él de dar a todas sus cosas. 

Aparte de todo, bien contadas y estropeadas o fantás¬ 
ticas son las informaciones que da el vicentino, en lo que 
toca al territorio oriental; por ejemplo: el Cabo de Santa 
María, depósito de piedras preciosas; el Plata, en 30 gra¬ 
dos 40 minutos de latitud; los charrúas, de estatura gigan¬ 
tesca y voz semejante a la del trueno, caníbales que comie¬ 
ron a Solís con 60 hombres de su tripulación. 

Otros dos sujetos de nota entre los sobresalientes de 
la Trinidad fueron los portugueses Alvaro de la Mezquita 
y Duarte Barbosa, que continuamente querellaban a Maga¬ 
llanes “porque no quitaba a los otros y los ponía a ellos de 
capitanes”, diciéndole que “teniendo capitanes portugueses 
tenía toda la gente a su mano e haría todo lo que quisiese”. 
Ambos fueron efectivamente capitanes, el primero, que era 
primo o sobrino de Magallanes, mandó la nave de más 
porte, la “San Antonio”, después de los conocidos sucesos, 
las sublevaciones de los capitanes de la Armada y los tre- 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


37 


mendos castigos y ejecuciones, de la bahía de San Julián 
en la Patagonia; el segundo, obtuvo el mando de la “Vic¬ 
toria”, y en Filipinas llegó a ser capitán de la “Trinidad”. 

Hubo abordo de la capitana otros dos sobresalientes 
portugueses, acerca de los. cuales pocos datos conocidos 
existen; se llamaron Luis Alonso y Gonzalo Rodríguez. 
Figura también entre los sobresalientes un francés, Peti- 
Joan, criado a la vez del General don Hernando. 

Dos nombres de sobresalientes he dejado adrede para 
el final de la revista, aunque el primero de ellos, Joan 
Miñez o Martínez, figura a la cabeza de los tales en el 
rol de la Trinidad; el segundo a que me refiero era Diego 
Sánchez Barrasa. Estos dos eran andaluces, de Sevilla, gente 
que, por lo mismo y las demás circunstancias de su em¬ 
presa, puede imaginarse propensa a gallardear y adornarse. 
En labios de cualquiera de ellos sonaría bien el fachendeo 
de anunciar solemnemente en latín la vista de un maaafe 

¿Fué, en realidad, alguno de los dos andaluzes^Lde 
la histórica expresión que comento? No hay dafcrs positivos 
que autoricen a aseverarlo. 

El autor del dicho podría ser, como tantas veces-íocu¬ 
rre, el que menos imaginemos entre los trilutentes de la 
expedición de Magallanes. ¡Tantas extrañezas ocurren, y 
causas tan descaminadas, para la más prolija observación, 
resultan a veces teniendo los hechos positivos que se pro¬ 
ducen ! 

Deble aquí decirse que no puede considerarse agotada 
la investigación de las noticias históricas referentes al punto 
de la denominación de Montevideo. 

Seis primeros pilotos hubo en la expedición de Ma¬ 
gallanes (17) que llevaban necesariamente sus respectivos 
diarios de Navegación y en los cuales debieron registrarse 
los acaecimientos de la misma, de seguro que con otros 
detalles de los que pudo consignar el ex-contramaestre Albo. 

El Diario del Piloto de la Trinidad, Esteban Gómez, 




38 


“¡MONTEM VIDEO!” 


hubiera sido el de la verdadera luz en este asunto. Pero 
Esteban Gómez, que desertó del Estrecho de Magallanes, 
en la San Antonio, a la que había sido pasado por piloto 
con el Capitán Alvaro de la Mezquita desde los sucesos de 
la Bahía de San Julián, y que se volvió a España llevando 
preso a su novel capitán, “so color de haber sido consejero 
de su tío en las justicias que hizo”, había dejado forzosa¬ 
mente el Diario de Navegación de la Trinidad a bordo de 
esta nave, y la Trinidad se perdió en las Molucas. 

Fuera de los lacónicos datos del derrotero de Albo y 
de las ya calificadas noticias de la narración de Pigafetta, 
no se conocen hasta hoy otras relaciones del viaje de Ma¬ 
gallanes que una del maestre de la Trinidad, el genovés 
Juan Bautista de Punzorol o Poncevera, quien en brevísimas 
líneas referentes a las costas orientales, de Cabo Santa 
María adentro, no consigna cosa de más interés sino la de 
que al río de Solís le pusieron el nombre de San Cristóbal; 
y asimismo otra relación, anónima, intitulada “Relación 
de un portugués compañero de Eduardo Barbosa, que fué 
en la nao Victoria el año de 151c)”, en la que tampoco se 
consigna más novedad que la del nombre de San Cristóbal 
aplicado al río de Solís (18). 

Mas el gran Archivo de Indias, de Sevilla, y otros 
preciosos depósitos de papeles de aquellas épocas, están 
aun por explorarse cumplidamente. 




VI 


lia exclamación del vigía de (Dagallanes debió 
de ser en la Gapitana 


Es natural creencia, y todo induce a pensarlo así en 
efecto, no obstante la apariencia de algunas circunstancias, 
que los primeros marinos de Magallanes que avistaron el 
Cerro de Montevideo y motivaron su denominación, fue¬ 
ron los que tripulaban la nave Capitana. Fúndase desde 
luego esa creencia en que la Capitana debía abrir la mar¬ 
cha, y en que las otras habían de seguirla. Tal era el uso 
desde los primeros tiempos de las Armadas de Indias. 

Corriendo tras la capitana de Magallanes, cerca del 
trópico de Cáncer, y habiendo disentido el segundo de la 
escuadra, don Juan de Cartagena, con el Capitán General, 
respecto de haberse variado el derrotero de antemano fi¬ 
jado, refiere el cronista Hernera en sus Décadas, que Ma¬ 
gallanes respondió: “que aquello había dado enmendado, 
i hecho, para en caso que algún Navio se apartase de la 
Conserva del Armada, i no para más, que le siguiesen, 
como eran obligados, de día por la Bandera i de noche 
por el Farol, i así corrieron el dicho día”, letc. 

En las instrucciones a Magallanes le dice el Rey: “e 
porque los otros navios vos puedan siempre seguir e 
acompañar, e no se aparten de vos, daréis luego por or¬ 
denanza a los capitanes de las otras naos que cada día a 
la tarde vos den sus salvas, según se acostumbra a hacer 
a los capitanes mayores de cualquier Armada, y los pilotos 



40 


"¡MONTEM VÍDEO!’ 


digan donde se hallan, porque con más acuerdo podáis 
enmendar lo que viéredes que mas cumple”. Dispone el 
Rey asimismo: “daréis ordenanza a los otros capitanes que 
con mucho cuidado miren cada noche por vuestras naos, 
y por aquella que llevase el farol, ie la seguirán siempre”. 

De atrás venían estas disposiciones de la navegación 
en conserva. En el viaje de 1508, de los célebres navegan¬ 
tes Vicente Yañez Pinzón y Juan Díaz de Solís, la de¬ 
rrota iba a cargo de este último’ “quien llevaría también 
el faraón (la delantera)”. “Llevad — decía t\ Rey en sus 
instrucciones — vos el dicho Juan Díaz de Sons, el faraón, 
para que otro navio vos pueda seguir”. 

Pigafetta escribe en su Viaje: que antes de partir, 
dictó Magallanes algunos reglamentos, tanto para las se¬ 
ñales como para la disciplina; que para que la escuadra 
marchase siempre en conserva, fijó reglas a los pilotos y 
maestres; quie su nave debía preceder a las demás, y para 
que de noche no se la perdiese de vista llevaba en la popa 
un farol. 

El 12 de Enero de 1520, ya en aguas orientales, y muy 
próximos también a lo que pronto había de denominarse 
Monte Vídeo, las naves de Magallanes sufrieron un fuer¬ 
te temporal del Este que las puso en graves riesgos; algu¬ 
nas de esas naves lograron ampararse en un refugio de 
la costa; garreaban, no obstante, azotadas por el oleaje y 
el vendabal; llovía “que era un espanto”, en medio de im¬ 
ponentes fenómenos eléctricos: noche “muy oscura y te¬ 
merosa” fué aquella, según el decir del piloto Andrés de 
San Martín. 

No estaba allí la nave Capitana. Entonces, se le ocu¬ 
rrió al Capitán de la Victoria, consultar a los pilotos y 
gente de mar, si debían levar anclas y salir en busca de 
aquella nao; a lo que contestó el citado San Martín que n« 
debían hacer mudanza y que con tan gran temporal n« 
sabía cómo se pudiese ir en busca de la Capitana, sin de- 




ORIGEN DEL. NOMBRE DE MONTEVIDEO 


41 


jar las áncoras y hacerse a la vela, y dejar las áncoras no 
era cosa de hacer, pues llevaban con ellas sus vidas. 

La navegación de Armadas y flotas se reglamentó 
más tarde en instrucciones generales, y la reina goberna¬ 
dora en tiempos de Carlos II y éste mismo luego, mandaron 
lo siguiente, qu.e es un trasunto de lo que la experiencia 
enseñaba y se venía practicando de antiguo: En primer 
lugar la Capitana temple las velas para que pueda seguir 
el estandarte y farol sin perderlos de vista el navio más 
zorrero (pesado), y se prohibirá con grandes penas que 
ningún navio pase adelante de la Capitana, ni quede por 
la popa de la almiranta; que ningún navio se aparte por 
una banda ni por otra a distancia que no pueda ser soco¬ 
rrido o deje de oir la artillería, y ver las señas que hiciesen 
la Capitana o Almiranta con velas, banderas o faroles, 
imponiendo pena de 50 mil maravedís y dos años de des¬ 
tierro de la carrera a cada uno de los capitanes, maestres 
y pilotos que así se apartaren, aunque vuelvan a la conser¬ 
va y lleguen al puesto sin riesgo, y se ejecutarán otras 
mayores según la culpa; se ordena que todos los navios 
de la conserva lleguen a saludar a la Capitana dos veces 
cada día, o por lo menos una para tomar el nombre, 
etc. (I 9 ). 

Por todo lo dicho, la nao Trinidad, que era la capi¬ 
tana de la expedición magallánica, debía navegar en la 
delantera, ordinariamente al menos, y por tanto es lógico 
pensar que en ella fué donde se lanzó la exclamación que 
tantas consecuencias tuvo, y que da lugar a este examen. 

Sin embargo, hallándose la expedición en la proxi¬ 
midad de la embocadura del Río de Solís — que la nave¬ 
gación ultramarina de aquella época situaba muy bien, 
aguas adentro del Cerro de Montevideo, 9 egún lo aclara¬ 
ré —, ordenó Magallanes, y esto fué el 13 de Enero de 
1520, que pasasen delante las naos de menor tonelaje, la 
“Victoria” y la “Santiago”, atenta la disminución de fon- 



42 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


do que se advertía y para que esas naves lo fueran explo¬ 
rando. Pudiera, así también creerse que fuera a bordo de 
alguno de ‘esos dos buques donde se diese el grito del 
vigía tradicional. 

Para admitir lo último sería necesario dar por senta¬ 
do que los expedicionarios no hubiesen, divisado el Cerro 
antes del 13 de Enero de 1520 que, según queda dicho, 
fué el día, aunque a hora no precisada de la mañana, en 
quie las naves citadas pasaron delante de la Trinidad; ha¬ 
bría que suponer, además, lo que no es creíble, dadas todas 
las circunstancias del caso, que la Capitana no hubiera 
percibido el Cerro desde las primeras luces de la mañana 
del 13 de Enero, acaso con mucha anticipacióu a la reu¬ 
nión de la Armada; habría que admitir, asimismo, lo que 
solo es de presumir, qule esas naves precedieran constan¬ 
temente a la escuadra en el día señalado, después die ha¬ 
ber pasado delante. 

Con todo: creo que ni aun admitidos estos supuestos 
debe pensarse que haya sido en la Victoria o en la Santia¬ 
go el grito de la referencia. En primer lugar, y según cabe 
inducir de lo expuesto y de las precauciones especiales que 
se venían adoptando, marchaban las naves en conserva 
muy próximas unas a otras, y aquellas dos, de menor to¬ 
nelaje, si bien precedían a la Trinidad, tendrían una obra 
muerta menos alterosa, y una arboladura también menos 
elevada, lo que reduciría ciertamente su horizonte sensible. 
Además — y esto reviste mayor importancia — mientras 
la Victoria y la Santiago se dedicaban al sondaje, mientras 
avanzaban “con la sonda en la mano, guiñando a una parte 
y a otra en demanda de la más agua”, a cargo de la Tri¬ 
nidad venía, según era de rigor, la observación general 
y los cuidados de toda especie y más extraordinarios. 

Por otra parte: todo condice con que el “Montem Ví¬ 
deo” fué lanzado desde a bordo de la Trinidad, hasta por 
la manera de relatarlo el contramaestre de esa nave, Fran- 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


43 


cisco Albo, quien habla de lo que se produce a su alrede¬ 
dor: “vimos un cerro de la figura de un sombrero al cual 
le pusimos”, etc. Se 'explica también que la exclamación 
haya tenido carácter de bautizo y se la haya consagrado 
denominación geográfica, recogida incontinenti, conforme 
a la tradición, y en presencia de Magallanes, a bordo, d)e 
consiguiente, de la Capitana. Magallanes ha debido auto¬ 
rizar el nombre, sino lo señaló él mismo. 

Todo ha debido producirse en seguida, conforme al 
estilo y carácter de los hechos, y a la versión trasmitida 
hasta nuestros días. 





VII 


flatfegaeión magallániea en nuestras aguas. - 
Entrada en el rio de Solís 


Ahora corresponde tratar sino fué antes del 13 de 
Enero de 1520, o si fué después como algunos lo preten¬ 
den, el día en que la expedición de Magallanes avistó el 
Cerro de Montevideo. 

El Sr. don Eduardo Madero, en su interesante obra 
“Historia del Puerto de Buenos Aires”, expresa que Mon¬ 
tevideo fué bautizada por padrino ilustre el 15 de Enero 
de 1520, basándose en la interpretación que hace de las 
informaciones de Antonio de Herrera — “la mejor fuen¬ 
te, dice, a pesar de sus incorrecciones”, y combinando aque¬ 
llas informaciones con las noticias del Diario de Albo. 
El Sr. Madero se explica en esta forma: El día 13 lo 
pasaron en reconocimientos, y a la tarde entraron en el 
Río de Solís; navegaron dos días y divisaron una monta¬ 
ña hecha como un sombrero a la cual le pusieron por nom¬ 
bre Monte Vidi. — De aquí deduce que el 15 de Enero 
sería el día del bautizo. 

Sin embargo, y tomando exactamente como fundamen¬ 
to a Herrera y a Albo, no resulta verificable, sino contra¬ 
dicha, la conclusión del Sr. Madero. 

Para Herrera, según lo asentado en sus Décadas de 
Indias, el viernes 13 de Enero de 1520 la expedición ma- 
gallánica entró “en el Río de Solís que llaman de la Plata”. 
Pero cuando tal ocurrió, que era “en la tarde” del men- 



46 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


donado día 13, ya la expedidón, que venía arrimada a la 
costa oriental, había avistado el Cerro y aun pasado cerca 
de él, según el mismo Herrera, puesto que el Río de Solís 
o de la Plata, al pensar y escribir de Herrera, tenía su 
boca, donde la tiene todavía y la seguirá teniendo, detrás 
del Cerro de Montevideo, aguas adentro, en el mismo es¬ 
pado que hoy se dice comprendido entre la Punta Espi- 
nillo de la costa oriental y la Punta de Piedras de la costa 
argentina. 

Ea confusión de los autores acerca de este tópico, 
proviene generalmente de un anacronismo, el de conside¬ 
rar que el Río de Solís o de la Plata a que se referían los 
navegantes del tiempo de los descubrimientos y aun los 
muy posteriores, dentro de la dominación española, s>e 
aplicaba a lo mismo a que se suele extender en nuestros 
días tal denominación, con la que se comprende hoy no 
solo >el estuario del Plata propiamente dicho, el río de 
Solís, sino la vasta zona oceánica fuera y a continuación 
del mismo, limitada por la línea que va del Cabo de Santa 
María o de la Punta del Este en la costa oriental, al cabo 
de San Antonio en la Argentina. 

Examinemos lo que dice don Antonio de Herrera, y 
verificaremos los errores aludidos en que a menudo 9e 
incurre. 

Escribe aquel notable y reputado cronista: 

“A los 10 del dicho (Enero), una hora antes de que 
se pusiese el sol, salvaron la Capitana, y preguntando el 
piloto Esteban Gómez por el altura, le dijeron que se 
hallaban en 34 grados”. 

El 10 de Enero estaba, pues, la expedición, frente a 
la Angostura de Castillos, donde se señalan los 34 grados, 
en nuestro actual departamento de Rocha, afuera del Cabo 
de Santa María. 

“A puesta del sol amainaron, continúa Herrera, y 





ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


47 


corrieron rumbo OSO, hasta salir el sol del día 11, 
quince leguas”. 

Conforme al rumbo, navegaron paralelamente a la 
costa de Rocha; y por la distancia recorrida, el día 11 de 
Enero, al salir el sol, se hallaban a la altura del Cabo de 
Santa María. Pero no dijo Herrera que se hallasen frente 
al Cabo, a pesar de ser así, según su propia estima; y es 
que reservaba el nombre para Punta del Este. Incurría, 
sin duda, en materia de denominaciones, en aquella equi¬ 
vocación de que habla el Sr. P. Groussac en sus importan¬ 
tes trabajos de los Anales de la Biblioteca de Buenos 
Aires: “Creemos haber demostrado definitivamente — 
dice — que por más de dos siglos todos los navegantes y 
geógrafos confundieron el cabo de Santa María con la 
Punta del Este de Maldonado, 34 grados 58 minutos de 
latitud Sur y 58 grados 17 minutos de longitud Oeste de 
París. Y por supuesto — continúa el Sr. Groussac — que 
desde luego conviene exclusivamente con esta determina¬ 
ción la latitud o altura de 35 grados del Diario de Albo, 
así como los datos complementarios de hallarse en dere¬ 
chura del Cabo el Cerro de Montevideo y correr desde 
allí la costa este oeste”. 

Siempre según el cronista Herrera, la navegación ma- 
gallánica se entretuvo desde la salida del sol del 11 de 
Enero, en bordadas, amainando después hasta las cinco de 
la tarde, “i prolongando la costa, que corre muy baxa, no 
pudieron reconocer otra señal sino tres cerros, que pare¬ 
cían Islas, las cuales dijo el Piloto Caraballo que eran el 
Cabo de Santa María y que lo sabia por relación del piloto 
Juan de Lisboa que había estado en él”. 

La navegación había llegado en realidad, el 11 de 
Enero hacia las 5 de la tarde, frente a Punta del Este, 
aunque hable recién Herrera del Cabo de Santa María. 
Los datos de su estima concuerdan entonces con la posi¬ 
ción de la Punta nombrada, como los anteriores — los 



48 


“¡ MONTEM VÍDEO !” 


de la salida del sol — habían concordado con los del Cabo: 
puro error de nombres, es bueno advertirlo, nó de distancias 
ni de situaciones. 

Lo de los Tres Cerros, que se ven hacia el interior del 
territorio, es marcación que asimismo conviene con Punta 
del Este. 

Y aquí toca puntualizar: que si Punta del Este, o el 
Cabo de Santa María, hubieran estado para Herrera en 
la desembocadura del Río de la Plata, habría dicho que el 
11 de Enero — sea a la salida o a la puesta del sol — la 
expedición magallánica había penetrado len el Río de Solí 5 
o de la Plata, y nó el 13 de Enero como lo dejó luego ine¬ 
quívocamente consignado. Para entrar en el Río de Solís 
o de la Plata se necesitaron, pues, según Herrera, dos días 
y medio o dos días más de navegación costanera, a partir 
del Cabo de Santa María o de Punta del Este, según se 
estime. 

Los navegantes, que continuaban prolongando la costa, 
el jueves 12 de Emero corrieron, según Herrera, al Norte, 
en demanda de una como bahía, y fondearon en ella porque 
comenzó a cargar un temporal que venía del Este. Pasaron 
allí el temporal, hasta la mañana del viernes 13, algunas, al 
menos, de las naves de la expedición, nó todas, pues ya se 
ha visto que en la noche del 12', y en lo más recio del tiem¬ 
po, hubo de salirse en busica de la Capitana. 'Reunida toda 
la expedición, en la mañana del viernes 13, ordenó Maga¬ 
llanes que tomaran la delantera la Victoria (y la Santiago, 

¿Qué bahía era aquella — una como bahía — donde 
se guarecieron los expedicionarios? Sensible es que el 
cronista no dé detalles más precisos, ni siquiera sobre la 
calidad del lugar que sirvió de refugio a los navegantes, 
para ver de reconocerlo. Pero con los datos por el mismo 
suministrados, acerca de la navegación subsiguiente a la 
salida de la titulada bahía, puede llegarse a una conclu¬ 
sión bastante cierta relativamente a la posición de las 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


49 


naves de Magallanes en esa mañana del viernes 13 de. 
Enero de 1520. 

Basta advertir que el cronista Herrera establece que 
los navegantes “corrieron el viernes 13 de Enero, desde 
la mañana, a la puesta del sol, siete leguas y media, y que 
en “este mismo día en la tarde entraron en el Río de 
Solís, que llaman de la Plata”. 

Como no es posible transportar el día 13, en que la 
Armada entró en el Río de Solís, al 11, en que se halló 
frente al Cabo de Santa María y a Punta del Este; como 
no es posible hacer que sea lo que ya ha sido; como des¬ 
pués de navegar dos días o dos días y medio, de Punta del 
Este o del Cabo de Santa María hacia Montevideo habla 
recien Herrera de entrar en el Río de Solís o de la Plata, 
necesario es admitir que, para Herrera, dicha entrada es¬ 
taba en lo que se llama hoy zona media del Plata, más o 
menos de Punta del Espinillo adentro, pues entonces no 
habría exactitud rigurosa sobre la línea misma de entrada 
a dicho Río. 

Y habiendo navegado Magallanes, durante el día 13 
de Enero de 1520, siete leguas y media, hasta el Río de 
Solís, debe concluirse que la posición de la Armada en 
la mañana del 13 era en las inmediaciones de la Isla de 
Flores, más allá o más acá, sin que pueda precisarse con 
mayor certidumbre el punto, por lo mismo indicado en el 
final del precedente párrafo. 

En la inmediación de la Isla de Flores ha podido es¬ 
tar la navegación en la mañana del 13, ha debido estarlo, 
habidas y tenidas bien en cuenta las circunstancias de los 
malos tiempos, y la lentitud y precauciones de la derrota. 

Que Herrera entendía por Río de Solís o de la Plata el 
“mar dulce” del segundo de los Pilotos Mayores de Es¬ 
paña, el estuario, cuya boca sie encuentra—sobre la costa 
oriental—junto a la desembocadura del río de los Patos o 
de Santa Lucía, se confirma cuando se lee en sus Décadas 



50 


“¡MONTEM VÍDEO!” 


que en ese Río de Solís o de la Plata “estuvieron haciendo 
agua” los de la expedición magallánica, porque la ha¬ 
llaron tan buena como la del río de Sevilla, y que “Maga¬ 
llanes entró en la nave San Antonio, para ir de la otra 
parte del río, y halló que tenía 20 leguas de ancho”. 

Solamente refiriéndose al río cuya desembocadura se 
encuentra entre las Puntas del Espinillo y Piedras — nun¬ 
ca entre los cabos de Santa María y San Antonio — pudo 
hablar Herrera de dulcedumbre de aguas y de anchura de 
20 leguas. Bien notorio es el sabor de las aguas que se 'en¬ 
cuentran de Punta del Espinillo o de Piedras afuera, y que 
la distancia comprendida entre los cabos de Santa María y 
San Antonio es más del doble de la calculada para la 
desembocadura del Río de la Plata, la cual en rigor tiene 
una extensión de 50 millas o sea 17 leguas y media, mien¬ 
tras que la distancia entre aquellos cabos es de 122 millas 
o sea más de 40 leguas. 

En cuanto al Diario de Francisco Albo, no obstante 
ciertos pasajes de imposible sentido, que sie prestan a las 
más diversas interpretaciones, no proporciona elementos 
que permitan sustentar la tesis de que el 15 de Enero de 
1520 haya sido recien bautizado el Cerro de Montevideo. 
Albo presenta a las naves de Magallanes, el 10 de Enero, 
frente al Cabo de Santa María — que en su relato resulta 
ser Punta del Este; y admitiendo, como lo consigna el 
Sr. Madero, que a los dos días de navegación hayan divi¬ 
sado el Cerro de Montevideo, tendríamos siempre que el 
12 de Enero, y no el 15, habría recibido el Cerro su de¬ 
signación de “Monte Vidi”. 

El relato del contramaestre-piloto no permite tam¬ 
poco situar la embocadura del Río de Solís o de la Plata 
en el cabo de Santa María o Punta del Este. 

Es verdad que sitúa mal al Santa Lucía, puesto que 
lo pone entre el Cerro y el cabo de Santa María — ¡ quién 
sabe lo que quiso decir! —, pero, en sus confusiones, vuel- 



ORIGEN DEL NOMBRE DE MONTEVIDEO 


61 


ve a lo que es, cuando habla del agua dulce después de 
ese río: “hay un río, dice, que se llama río de los Patos, 
y por allí adelante fuimos todavía por agua dulce”. Cuan¬ 
do Albo se decide a nombrar el Río de Solís y habla de 
“la boca de ese río muy grande”, está tan en el interior 
del estuario que no se le ve más, pues se ha metido en el 
Uruguay, en 33 grados y medio de latitud. 

Pigafetta, que hace una maraña de los datos geogrᬠ
ficos y que habla, refiriéndose indudablemente al Plata, 
de “un gran río de agua dulce donde habitan los caníba¬ 
les” y lo sitúa en el Brasil, en los 30 grados 40 minutos 
de latitud sur, y después agrega que ese río forma siete 
islas pequeñas la mayor de las cuales se llama Cabo de 
Santa María, acaba por acertar con la propia situación 
interior del Plata, con el teatro de la tragedia del descu¬ 
bridor, aunque nó con la verdad de los sucesos pertinentes, 
cuando dice que “aquí fué donde Juan de Solís, que an¬ 
daba como nosotros descubriendo nuevas tierras, fué co¬ 
mido con 60 hombres de su tripulación por los caníbales, 
en quienes se había confiado demasiado (?)”, y asimismo 
cuando expresa que “anteriormente se había creído que 
esa agua no era la de un río sino un canal por el cual se 
pasaba al mar del sur, pero se vió pronto que no era sino 
un río que tiene 17 leguas de ancho en su desembocadura?’. 

El cuaderno de apuntes, que ha quedado, del maes¬ 
tre de la Trinidad, Juan Bautista de Punzorol o Ponce- 
vera, confirma, como los relatos anteriores, que el río de 
Solís — “un río de agua dulce grande a que se puso nom¬ 
bre de San Cristóbal” —, fué considerado por los expedi¬ 
cionarios magallánicos como un caudal de agua bien in¬ 
terior. El dicho maestre lo considera más interior de lo que 
corresponde a la realidad, puesto que lo sitúa, al estilo 
de Albo y de Pigafetta, en los 34 grados de latitud, cabos 
adentro. 




VIII 


Bautizo de nuestro Cerro.-Del 12 al 13 de 
Enero de 1520. - ]Hás bien el 13 de Enero 


El Cerro de Montevideo fué avistado por la expe¬ 
dición de Magallanes, según he dicho, cuando menos el 
13 de Enero de 1520; cuando menos, porque pudo serlo 
el día anterior, el jueves 12. 

Recuérdese que en la noche del 12 de Enero una 
parte de la expedición magallánica se encontraba en “una 
como bahía”, a la espera de que amainase el temporal, a 
distancia ya de unas 22 millas y media del Río de Solís, 
en las proximidades de la Isla de Flores o más adentro 
aún, según como se aprecie el rigor de los datos transmi¬ 
tidos por la crónica; que la nave capitana venía en la de¬ 
lantera, y que las naves refugiadas en la especie de bahía 
se unieron con aquella en la mañana del viernes 13, pasan¬ 
do luego delante las naves más pequeñas. Y recuérdese 
que el Cerro de Montevideo, visible — con tiempos cla¬ 
ros, se entiende — de 25 millas de distancia, según algu¬ 
nos marinos, hasta de 36 según otros, ha podido estar 
a la vista de los navegantes, que seguían la derrota de Pun¬ 
ta del Este a Montevideo, desde el meridiano de Piedras 
Negras o desde el de la Punta de Piedras de Afilar. 

La nave Capitana ha podido, pues, percibir el Cerro 
de Montevideo el día 12 de Enero de 1520, si la diafani¬ 
dad de la atmósfera lo permitía, lo que es dudoso, ha- 



54 


“¡MONTEM VIDEO!” 


hiendo sido ese un día de preparación de temporal, que 
se desarrolló enteramente a la noche. 

No existiendo datos de la navegación del día 12, no 
pueden hacerse al respecto más que conjeturas. 

En cuanto al día 13 de Enero, no puede haber duda 
de que ya entonces fuese percibido el Cerro de Montevi¬ 
deo, sea al abrir el día, antes de que se reunieran a la Ca¬ 
pitana las naves dispersas, sea en la marcha, durante la 
mañana, o por la tarde, en que se aproximó tanto al Cerro 
la expedición, que lo ¡enfrentó y pasó por su inmediación, 
yendo a surgir en el Río de Solís (20). 

Lo más probable es que el 13 de Enero de 1520, a 
las primeras ludes del día, la expedición magallánica avis¬ 
tase el Cerro, y le pusiese denominación. 





IX 


ffionte Serado 


Consignaré aquí, de paso, a título de curiosidad, la re¬ 
ferencia de una extraña denominación aplicada al Cerro de 
Montevideo, y que registran muy pocos autores: la de Mon¬ 
te S\eredo. Esta denominación, conforme a una publicación 
del Sr. P. Groussac en los Anales de la Biblioteca de 
Buenos Aires, perteniece a un opúsculo rarísimo, que ha 
logrado adquirir y ha traducido del aleman el erudito Di¬ 
rector de la Biblioteca, y que fué escrito originariamente 
en holandés. 

Trátase del relato de la desventurada navegación de 
un buque de Amsterdam, llamado el “Mundo de Plata”— 
de 80 toneladas y 36 hombres de tripulación—que el año 
de 1598 salió hácia Guinea y Rio de la Plata en compañía 
de otro, de 180 toneladas y 64 tripulantes, el “Mundo de 
Oro”, del cual se vió pronto separado el primero a causa 
de un temporal, yendo después a caer en manos de enemi¬ 
gos. El Diario de Navegación de su capitán y piloto Enri¬ 
que Ottsen, dice que: “El I 9 de Julio de 1600 tuvieron 
nuevamente un vientecillo favorable y pasaron por con¬ 
siguiente entre la Isla de Flores y el continente hasta 
Monte Seredo, que es una montaña elevada; y una vez 
llegados a ella pusieron el rumbo hácia el Sud”. 

El Sr. Groussac expresa que no ha hallado en parte 
alguna esta singular desviación del nombre de Montevi¬ 
deo, y conjetura quie Seredo sea la voz Cerro o Cerrito es¬ 
tropeada. 



56 


"¡MONTEM VÍDEO!” 


Que no es sino una alteración de la voz Montevideo, 
escrita quién sabe cómo por el que la estampó en su Dia¬ 
rio, y pasada a través de dos idiomas de índole distinta, 
lo comprueba bien en mi sentir, lo que se ofrece, en el 
plano que acompaña al opúsculo de la referencia, con los 
nombres de otros accidentes geográficos del territorio 
oriental. Flores, Maldonado, Lobos y Castillos, figuran 
en ese plano del modo siguiente: Floris, Maldonade, Loc¬ 
hes, Los Castilis. 



X 


Conclusión 


En conclusión: 

El nombre de Montevideo proviene de las palabras lati¬ 
nas Montem vídeo, que quieren decir “Veo un monte”. 

Esas palabras fueron pronunciadas por un vigía de la 
nao Trinidad, capitana de la Armada de don Hernando de 
Magallanes. 

Dióse ese hecho el jueves 12 o el viernes 13 de Enero 
de 1520, siendo lo más probable lo último. 

“ ¡ fllontem video ! ... ” ¡ (Dontevideo ! 

\ ■ 

¡Montem vídeo !... ¡ Montevideo!... ¡ Nombre her¬ 
moso y sonoro, original y significativo, que lleva al pre¬ 
sente la ciudad capital de la República Oriental del Uru¬ 
guay, que llevó un día todo el territorio de esta última, 
con el que fue reconocida su independencia, con el que 
no es posible confundir a ninguna otra porción de la 
tierra, que parece anunciar aún a todos los hombres del 
globo que lo oyen, y hacer proclamar a todos los labios 
que lo pronuncian, la existencia de una elevada cumbre, 
como lo les efectiva y moralmente la entidad a que ese nom¬ 
bre hoy se aplica—nombre perdurable y característico, 
cual ninguno, de la región en que nació a la vida! 




NOTAS 


1 . — La población que en los Estados Unidos de Norte Amé¬ 
rica lleva el nombre de Montevideo, tiene 3056 habitantes, según 
censo del año 1910, y está situada cerca de la confluencia de los 
ríos Minnesota y Chipewa. Pertenece al Estado de Minnesota. 
Pasa por ella el ferrocarril Chicago Mllwankee, St. Paul Ry. 
(Rand-Mc. Nally Atlas of the World. 1918). 

La “Enciclopedia Universal ilustrada europeo-americana” su¬ 
ministra datos semejantes respecto de la ciudad montevideana de 
Norte América, que sitúa sobre la orilla izquierda del Minnesota, 
junto a la confluencia con. el Chiipewa. 

La misma Enciclopedia contiene referencias bajo la denomi¬ 
nación de Montevideo, a una localidad de Chile, departamento de 
Iquique, en que se beneficia el salitre; a un río de la República 
de Honduras; a una hacienda del Perú, departamento de Liber¬ 
tad, provincia de Paoasmayo; y a una Laguna del Brasil (Mom- 
tevideu) en el Estado de Parahyba del Norte. 

2. — Diversas disposiciones prohibitivas se dictaron respecto 
del embarque de extranjeros en las naves de Magallanes, en par¬ 
ticular respecto de portugueses. 

A causa de las dificultades que so le suscitaron a Magallanes 
en su empresa, y “de no hallar gente natural del Reino de Cas¬ 
tilla para que fuere en la dicha Armada” — según información 
que se levantó —, ordenó Magallanes a sus comisionados recibir 
gente “de cualquier nación que fuese, con tal que fuera hábil y 
suficiente”. 

Hubo en la expedición “venecianos y griegos, bretones, fran¬ 
ceses, alemanes y genoveses”, bien que en gran mayoría estuvie¬ 
sen los naturales españoles. 

Tal hecho promovió a Magallame® diferencias con lois Oficia¬ 
les de la Casa de Contratación. 

El Rey mandó ail principio que no hubiese en la Armada 
hombres de mar portugueses; toleró luego hasta cuatro o cinco, 
y después hasta doce, pero se embarcaron bastantes más. 

3. — Fué uso en un tiempo, según lo revelan las leyes de Indias, 
ejercer los oficios de pilotos y maestres unas mismas personas. No 
se daba ya eso cuando aquellas leyes se recopilaron, ,y no sabemos 
tampoco, ni es aceptable, que igual cosa se hubiese dado antes en¬ 
tre los oficios de pilotos y contramaestres. 

Los maestres eran personas de gran entidad en las naves. Ha¬ 
bía los maestres de plata que nombraba directamente' el Monarca, 
encargándolos del oro, plata, perlas, esmeraldas y piedras preciosas, 
que por cuenta del Rey o de particulares se llevasen a España; 
había los maestres de navio, que debían ser personas suficientes, 
examinadas por el Piloto 'Mayor y Cosmógrafos. Los dueños de 
naves podían ir por maestres de ellas, sin ser examinados, llevando 
pilotos que lo fueran. 

En cuanto a los contramaestres nunca han sido sino simples 
encargados de regentar a la marinería, y de dirigirla en las ma¬ 
niobras y faenas, ordenadas a bordo. 

4. — La falta de sentido propio de la expresión “en derecho 
del cabo hay una montaña”, se nota más cuando se la aísla, co¬ 
mo al decir de Albo en pasaje anterior: “estábamos en derecho 
del oabo”. ¿De qué rumbo procedían? En derecho del cabo se 
puede ir desde diversos rumbos. 



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NOTAS 


5. — Lobo y Riudavets expresan en su Manual de Navega¬ 
ción : “Es notable el Carro de Montevideo por la figura que tiene 
do cono truncado. Con tiempo claro puede avistarse de 12 leguas 
d© distancia. Su altura sobre efl nivel del mar se estima en 140 
m. 7 (5o5 piés). 

El Capitán de Fragata don Francisco P. Miranda, en sus 
Apuntes de Geografía Marítima, manifiesta: “En tiempo claro, 
el Cerro de Montevideo puede avistarse de día, desde 25 millas’’. 

El práctico don Pascual Lena, en su Derrotero del Río de la 
Plata y sus afluentes, dice': “Con tiempo claro puede avistarse el 
Cerro de Montevideo a una distancia de 20 a 25 millas’’. 

6. — Lobo y Riudavets, Manual de Navegación. 

7. — Expresa el Sr. P. Groussac, Director de la Biblioteca 
Nacional, de Buenos Aires, que “el río de los Patos tiene que ser 
el Solís Grande, y nó seguramente, como lo afirma Madero, el 
río llamado ahora de Santa Lucía”, afirmando Albo que aquel río 
se encuentra entre el Cabo de Santa María y el • Monte Vidi. 

Sin embargo, según el mismo Albo, del río de los Patos, en 
adelante, fueron por agua dulce, lo que no es conciliable con la in¬ 
terpretación de que ese río fuera el Soilís Gránete. 

8. — Nota de un trabajo, publicado en la Revista Histórica — 
del Archivo Histórico Nacional — en Diciembre de 1910, ¡por el 
distinguido y meritísimo compatriota don Francisco J. Ros. 

9. — Ordenanzas Generales de la Armada Naval, 1793, Trata¬ 
do 3:°, Título VI, Art. 31. 

10. — Ordenanzas de S. M. para el Gobierno Militar político y 
económico de su Armada Naval, 1748, Tratado IV, Título I arta. 
IX, X, XXVIII, XXIX y XXX. 

11. — Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, Li¬ 
bro IX, Título XXIII, Ley XXXIX. 

12. — Recopilación de Leyes de Indias, Libro IX, Título XXIII, 
Ley XXXVII. 

13. — Historia General de las Indias por Antonio de Herrera. 

14. — Viejos autores le dicen griego al contramaestre de la 
Trinidad, Francisco Albo, por ser natural de Rodas. 

15. — No es de extrañar que el contramaestre Albo llegase 
a piloto, si se toma en cuenta que fué común en las navegaciones 
antiguas — y figura también en Ordenanzas — que los pilotos, y 
pilotines más adelantados, diesen lecciones de náutica durante el 
viaje, é hiciesen practicar en la profesión a aquellos de los tripu¬ 
lantes que mostrasen inclinación, por el arte de navegar. 

16. — En la importantísima obra “Colección de los viajes y 
descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines 
del siglo XV”, por don Martín Fernández de Navarrete, se contie¬ 
ne una lista completa de los individuos de las naos de Magalla¬ 
nes, con determinación de clases, nombres, patrias y número. 

17. — Como primeros pilotos de la Armada iban: Esteban Gó¬ 
mez en la Trinidad, Andrés de San Martín y Juan Rodríguez de 
Mafra en la San Antonio, Juan López de Caraballo en la Concep¬ 
ción, Vasco Gallego en la Victoria y Joan Serrano en la Santiago. 

18. — “Documentos para la Historia de Chile”, José Toribio 
Medina, T.° II. 

19. — Recopilación de Leyes de Indias, Libro IX, Título XV. 

20. — Por el interés que reviste, y en confirmación de los 
últimos hechos aducidos, transcribiré en esta nota final la parte 
de liáis Décadas de Antonio de Herrera — “coronista maior de las 
Indias, y coronista de Castilla” — relativa a la navegación ma- 
gallánica en nuestras aguas: 

"Cap. X. Que Hernando de Magallanes va navegando, en 
busca del Estrecho, i pasa muchas Tormentas. 

“Salida el Armada, como queda referido, en fin del Año pa¬ 
sado, fué navegando hasta los 6iete de Enero: i pareaiendo, que 
el Agua no tenía señal de Golfo, por parecer de Andrés de San 
Martín, se mandó que se sondase, i hallaron fondo en ochenta i 
cinco bragas, i la señal de la sonda era vasa prieta, de una are¬ 
na mui menuda. A lo<s diez del dicho, una hora antes que se pu- 




NOTAS 


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siese el Sol, salvaron la Capitana; i preguntando el Piloto Estevan 
Gómez por en altura, le dixeron que se hallaban en treinta 1 
quatro Grados, i que havían llevado de fondo aquel día de quince 
hasta diez i ocho bragas, i que el fondo ena blanco, i Conchitas 
pedagadas, menudas, i otras arena bermeja, i otras arena prieta, i 
blanca, con las dichas oonchuelas. I á puesta del Sol amainaron, i 
corrieron con los Trinquetes al Oes Sudueste, hasta salir del Sol, 
quinoe legua®; i este Día, que eran once de' Enero, a.1 salir de el 
Sol, vieron los Papagaios, i Bonetas maiores, i con efllos, i con los 
Trinquetes, corrieron al Oes Norueste, corriendo por el Nornor- 
deste Susudueste, quarta al Norte; i bolviendo aJ Nordeste Su¬ 
dueste, quarta al Oeste, hasta Mediodía, seis leguas, prolongando 
la Costa: i desde alflí, hasta una hora daspues de Mediodía, al 
Norueste, quarta al Desite, Legua d media, i amainaron, con un 
Aguacero, hasta las cinco de La Tarde: i prolongando la Costa, 
que es mui baxa, no pudieron reconocer otra señal, sino Tres 
Cerros, que parecían Islas, los cuales dijo el Piloto Caravallo, que 
eran el Cabo de Santa, María, i que lo sabía por Relación do Juan 
de Lisboa, Piloto Portugués, que havía estado en él. Jueves a doce 
de Enero corrieron al Norte, en demanda de una como Bato, 
adonde amainaron, por un Aguacero que vino, i surgieron: i por 
que comengó 4 cargar el temporal, que venía del Lesee, i era tanto 

que aunque el fondo era basa, corraengarom a agarrar, i convino 

bochar otra Ancora, i porque el temporal cargaba mas, pareció al 
Tesorero Luis de Mendoga, Capitán de la Nao Victoria, tomar pa¬ 
recer de los Pilotos, i Gente de Mar: i 4 Andrés de San Martín 
pareció, que mientras se tenían con la® Ancoras, no debían de 
hacer onudanga, (por ser de noche mui escuna, i temerosa, i que 
con tan gran temporal no sabía como se pudiese ir en busca de 
la Nao Capitana, sin largar las Ancora® para llegarse a ella, ni 
hacerse a la Vela, que era el caso sobre que Luis de Mendoga 
pedía parecer: i que dexar las Ancoras, rao era cosa de hacer, 
pues llevaban con ellas sus vidas: i pues que los tenían, y la 

Luna hacia el quarto a la media noche, o algo antes, que espe¬ 

rasen hasta aquella hora, que de ragon natural, i curso de los 
Cielos, i según el término que llevaba, a que pasado el quarto 
aspecto deii Sol, iba de acatamiento trino a Venus, entendía que 
abonangaría el tiempo, i que por tanto atendiesen á lo que el 
temporal hiciese: i quiso Dios, que dende 4 hora i media comen- 
gó abonangar el tiempo, i que se pudiese recoger una de las dos 
Ancoras, porque se rogaba un Cable con ellas; i después de haber 
abonangado un poco el viento, fueron tantos los Truenos, i Re¬ 
lámpagos, mezclados, 4 veces con Agua, que era espanto: i así 
se estuvieron hasta el Viernes de mañana, que se levantaron, i 
corrieron al Lueste, quarta al Norueste, que fueron a dár en 
quatro bragas: i por el poco forado, mandó el General que fuese 
la Nao Victoria en la delantera, junto con la Nao Santiago, para 
que fuesen sondando por ei poco forado, i fueron con la sonda en 
la mano, desde seis, hasta quatro bragas i media, al Norueste, 
quarta al Lueste, guiñando a una parte, i a otra, en demanda de 
la más Agua, i corrieron hasta puesta del Sol, siete Leguas i 
media, i surgieron en cinco bragas, i la señal de fondo era basa 
prieta. 

“Este mismio Día en la Tarde, entraron en el Río Solís, que 
llaman de la Plata, i anduvieron dos Días por él: i por ser baxo 
i haver algunas murmuraciones entre los Pilotos, no quiso ei 
Capitán ir mas por él; porque por lo mas fondo, no havía mas 
de tres bragas. Estuvieron aquí seis Días haciendo Agua, porque 
la hallaron tan buena como la del Río de Sevilla, i también hi¬ 
cieron mui gran pesquería, i acudió mucha Gente de la Tierra, 
en Canoas: d porque no se osaban llegar, mandó Hernando de 
Magallanes armar tres Bateles, i toda la Gente huió, sin que 
pudiesen tomar ninguna Persona. La tierra era mui hermosa, 
i sin población: i allí fué adonde mataron a Juan de Solís; i 
viendo el Capitán, que no se podía prender a nadie, mandó, que 
se recogiesen los Bateles, i 4 -la noche llegó un Indio solo en 



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NOTAS 


una Canoa, i entró en la Capitana sin temor: iba vestido de una 
Pelleja de Cabra (venado sería en tal caso), i Magallanes le man¬ 
dó dár una Camisa de Liengo, i otra Camiseta de Paño colorado; 
i estando vestido, le mostraron una Taca de Plata, por vér si la 
conocía; púsosela en los pechos, i dixo, que de aquello havía 
mucho entre ellos. Otro Día de mañana se íué á Tierra, i nunca 
mas pareció, i Magallanes entró en la Nave San Antonio, para ir 
de la otra parte del Río, i halló, que tenía veinte Leguas: i buel- 
to, mandó apercibir las Naves para seguir su viaje. ”